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Fernando López Luengos

La batalla de la moral

En estos momentos en España se libra una batalla violenta: la libertad de conciencia frente a la imposición del relativismo. Y en ese relativismo caen muchos creyentes cuando restan importancia a las intenciones ideológicas del Gobierno

El capitán italiano salió audazmente de la trinchera gritando a pleno pulmón:

 – Avanti tutto!!!

Pero a los pocos pasos tuvo que detenerse viendo que sus soldados, todavía dentro de las trincheras, aplaudían con los ojos empapados en lágrimas exclamando:

 – Che coraggio!

En cierta ocasión vi una asamblea arrancar en aplausos enfervorizados ante las valientes palabras de un obispo defendiendo el derecho de los padres a educar a sus hijos en sus propias convicciones morales y religiosas. Curiosamente buena parte de esa gente fue incapaz de secundar la movilización ciudadana por la objeción de conciencia alegando el criterio de la adaptación de la asignatura al ideario del centro. Ellos también sabían aplaudir el coraggio del capitán, mientras permanecían seguros dentro de la trinchera.

En estos momentos en España se libra una batalla violenta: la libertad de conciencia frente a la imposición del relativismo. Y en ese relativismo caen muchos creyentes cuando restan importancia a las intenciones ideológicas del Gobierno: algunos para justificar su tibieza ante la objeción de conciencia, y otros sencillamente por miedo.

Sin embargo el relativismo no es una posición verdadera frente a la realidad. Pues en los entresijos de nuestra conciencia es difícil ocultar la convicción de que no da igual cualquier cosa. Que hay cosas buenas y malas. Ni la sexualidad es algo que se elige, ni la conciencia moral se decide caprichosamente como pretende Educación para la Ciudadanía. Pues el bien no lo define ni el Estado ni siquiera las leyes democráticas por muy necesarias que éstas sean.

El programa ideológico del Gobierno es explícitamente relativista, un relativismo además, obligatorio. Cualquier propuesta de un Bien objetivo es considerada intolerancia. Y las creencias religiosas son consideradas fuentes de conflictos (cfr. Manifiesto del PSOE de diciembre pasado).

Casi todos los defensores de la asignatura coinciden en su odio visceral a lo religioso tal y como reconocieron sus creadores. Se trata de acabar con la influencia que la Iglesia tiene en la formación moral a través de la escuela (borrador de EpC de la fundación CIVES).

Pero este proyecto ideológico confluye con otros intereses particulares: el profesor José Antonio Marina es el profeta de la nueva catequesis laicista de Zapatero. Este profesor de filosofía, después de afirmar que la Iglesia ha usurpado el verdadero significado del cristianismo, es capaz de llamarse –hipócritamente– cristiano para la confusión de algunos incautos religiosos. Es él quien ha diseñado un modelo de ética universal que ha de estar, dice, por encima de la moral religiosa y que desarrolla en el manual de la asignatura de la editorial SM que se supone dirigida también por religiosos. Significativamente ostenta el privilegio de ser él mismo el adalid de semejante gesta: ¿estaría completo su manual de EpC si su fotografía no apareciera en la contraportada? Ciertamente, tienen poco que ver la imposición relativista del gobernante con la megalomanía universalista del sofista Marina. Pero en esta ocasión, aún con intereses diversos, ambos son beneficiarios de la común empresa de Educación para la Ciudadanía.

Semejante es el papel de doña Carmen Pellicer enarbolando el fundamento intelectual de la posición tibia de la FERE. Esta teóloga, madre de familia, no es relativista a la hora de elegir un colegio católico para sus hijos, como buena parte de los políticos socialistas de mi región de Castilla-La Mancha. Y defiende la posibilidad de adaptar la asignatura al ideario de los centros católicos tal y como muestra el manual que ella misma ha publicado. La asignatura es una ocasión estupenda para educar en buenos valores, afirma. ¿Pero desde cuándo un colegio de identidad católica necesita esa materia para educar en la fe? ¿Por qué –contésteme, señora– se debe obligar por ley a educar la moral los niños de los centros públicos más allá de los valores de la Constitución? Si sus hijos se encuentran en un colegio con ideario católico no tiene usted ninguna autoridad para defender semejante intromisión del poder sobre la libertad de los padres en la educación de sus hijos.

Mientras los ideólogos del relativismo intenten imponer a la fuerza su ideología y los tibios creyentes relativicen los efectos de este proyecto, sólo nos queda proclamar con coraggio que el Bien y la Verdad bien merecen afrontar los sufrimientos de la objeción de conciencia. Esto, señores, no es relativismo: es la pasión socrática por la Verdad.

(En homenaje a la gente del movimiento que sí salió de la trinchera)

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