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Gabriela Pousa

Unas elecciones predecibles y muy argentinas

No hay mucho que pronosticar: la Argentina continuará siendo un negocio, una concertación entre intereses particulares y bienes generales.

Hay presidenta electa en primera vuelta. La candidata oficialista salió a festejarlo antes de que los datos arrojaran alguna certeza. Son los métodos de la Argentina. No hubo sorpresas, apenas asombro y sí un vacío que no se llena: aquel que deja la falta de lógica y de respuestas. El triunfo de Cristina Fernández de Kirchner puede admitir varias interpretaciones, pero en el fondo la lectura es una: la Argentina ha decidido la continuidad de un estilo que, en los últimos cuatro años, ha dejado su huella.

Estas líneas se escriben apenas se dan a conocer los primeros datos. Muchas irregularidades, clima complejo, denuncias, misterio… todo muy “a lo argentino”. No hay, pues, tiempo para profundizar el análisis hasta decantar verdades y falacias vendidas por la arbitrariedad en el manejo de los números y por los zigzagueantes informes que arrojan a medianoche los medios. Este es apenas un esbozo de análisis ya que el resultado electoral aún es cambiante, indefinido como si se tratase de azar y no de un escrutinio.

No se puede caer en la mera crítica porque eso implicaría ponerse a la misma altura que nuestros dirigentes. Si a Daniel Filmus se le ha reprochado por sostener que se equivocaron quienes votaron por Mauricio Macri en la contienda por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, no podemos ahora decir que el electorado de Cristina haya obrado en forma errada sin asumir que estamos adoptando una idéntica soberbia. No la mayoría, pero sí más del 40% de los ciudadanos ha votado lo que le ha sido funcional a sí mismo. Sumado a ello, un ágil aparato proselitista se sumó al interés del Gobierno y dejó claro que lo sucedido en Misiones, cuando se logró vencer a Carlos Rovira, fue la excepción que confirmó la regla: el clientelismo tiene aún fuerte arraigo en la Argentina.

Eso explica el voto kirchnerista surgido en vastos sectores del conurbano y las provincias. Esa franja social ha votado la respuesta que les ha dado el oficialismo para su coyuntura o sus carencias actuales. No se debatió en las urnas el futuro de la Argentina sino un errático presente. La candidata oficial triunfó afianzando elípticamente la creencia de que no es posible superar este “ahora” de buenaventura comparado en exclusiva con la crisis del 2001. Si se está mejor que en aquella época, había que demostrarlo con el sufragio, una forma de aplaudir esa bendición auto atribuida al jefe de Estado y por transición simétrica a Cristina. Kirchner borró de un plumazo la transición duhaldista y Roberto Lavagna no supo comunicar su influencia en esos días.

No es la calidad de vida, la organización, el respeto y el progreso social lo rescatable de la Argentina actual. Por el contrario, hoy el país se caracteriza por un desequilibrio pronunciado en materia social, por la vida de coyuntura, es decir: aquí y ahora; y por un individualismo exacerbado que hace que los derechos de uno no terminen donde comienzan los del otro. Esa realidad explica también el voto a Cristina.

Se ha votado una “sensación”, como dirían los funcionarios kirchneristas, de un crecimiento, aunque ese crecimiento se pierda de vista en lo sucesivo. Porque habiéndose votado un auto nuevo, un electrodoméstico más en la cocina, 15 días de veraneo, se ha votado en realidad la postergación de futuro y el aval a tener un país limitado a coyunturas. No faltó algún que otro “voto vergüenza” como los que cosechara Menem en su momento ganando unas elecciones sin tener votantes confesos. A su vez, la obra pública y la construcción sumaron empleos que se capitalizaron en votos aunque después los ladrillos se apilen sin dueños y con sobreprecios...

No hay mucho que pronosticar: la Argentina continuará siendo un negocio, una concertación entre intereses particulares y bienes generales. Y le queda una asignatura pendiente a la oposición, no sólo a la que ha de encausar las huestes del peronismo más tradicional sino a aquella otra que no ha sido capaz aún de presentarse como alternativa superadora más allá del slogan.

En rigor de la verdad, el oficialismo ha tenido éxito por su política de comunicación. A través de la palabra y la omisión ha creado un país maquillado donde nada es lo que parece ser. Ni siquiera este triunfo es de la primera dama. Es cosa de Kirchner. El presidente es el ganador de esta contienda; supo elegir a Daniel Scioli para la provincia y crear un nuevo modo de hacer proselitismo. En vez de pasear su candidata como siempre se ha hecho, eligió esconder su as en la manga. Llevó la campaña fuera de las fronteras y no mostró aquello que podía generar algún tipo de resquemor. Todo fue brillo, oratoria sin contenido y ningún debate que pudiera poner de manifiesto el vacío. A Cristina puede juzgársela si se quiere pero lo cierto es que será a partir de ahora cuando la conoceremos.

El pueblo votó. Votó lo que necesitaba: la bajada de precios del tomate gracias al boicot; votó la creencia difundida a viva voz desde Balcarce 50 que si algo no funciona es por causa de complots o de alguna conspiración. El oficialismo presentó la falsa opción de dividir la Argentina en dos: la del 2001 y la de hoy. Esa fue la alternativa. La oposición no pudo demostrar la falacia que tal opción representaba. Ya está, de nada sirven hoy las cacerolas ni la desesperación porque el “estilo K” ha de continuar. Lo bueno es que este será el primer Gobierno que no podrá echar las culpas de sus fracasos al anterior. Tendrá que vérselas con los problemas que su mismo entorno generó. Hay más intrigas que certezas: a la presidenta electa no la conocemos aún. Sólo vimos algún flash de una máscara que puede esconder tras de sí, recetas impensadas para cocinar el país.

Si nada fue muy racional es porque la racionalidad está ausente de la política argentina desde hace tiempo. Los resultados finales podrán aportar quizás algún otro detalle: si Carrió se llevó los votos de López Murphy, si Rodríguez Saá es o no el auténtico peronista, etc. Por ahora, de nada sirve analizar si Cristina Kirchner logró los votos suficientes para asirse de poder político o su caudal electoral es tan magro como lo fuera el de su marido al asumir el cargo. Kirchner logró mantenerse al frente del Ejecutivo con apenas un 22% del electorado. Podrá esgrimirse que ha fracasado en muchas de sus intenciones políticas, como la conformación de un frente homogéneo, pero a los hechos hay que remitirse y el kirchnerismo es el que sigue hoy dominando el tablero. Todo lo demás, hoy, es humo...

Artículo obtenido de Economía para todos.

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