Sabemos que Z se ha empeñado en decirle que sí a todo el mundo. Se ha empeñado en varios de los sentidos del término, incluido el de endeudarse. Quizá no pueda conducirse de otra manera. Limitación que tomaríamos como rasgo de una bonhomía pusilánime si no fuera porque, para él, "todo el mundo" excluye a medio mundo. El PP está excluido de su cosmovisión de un modo muy particular; no es algo simplemente ausente: es lo que define los límites de su universo mental. Allí donde empieza el PP, acaba la realidad.
En la brutal e infantil epistemología zapaterina, "PP" no es un partido. Es importante comprender esto. Debido a una espeluznante mezcla de inconsciencia, ignorancia y arrogancia, el hombre que nos gobierna ha metido las cosas más variopintas dentro de una cajita mental que lleva le etiqueta "PP". Si nos fuera dado abrir esa cajita y echar un vistazo a su contenido, hallaríamos una asombrosa superposición de nociones, naciones, personajes, conceptos, categorías y palabras sueltas. Allí cabe la guerra, la contaminación, Israel, Franco, los Estados Unidos y su bandera. Y también la bandera de España, temible instancia que sabe discutida, cree discutible y considera altamente sospechosa.
En un cosmos tan perfectamente definido –por gratuita que resulte la definición y por cochambroso que resulte el cosmos–, el gobernante sólo puede comportarse como jefe de una secta. El resto va de suyo, desde la imposición por ley de aquello que el pueblo debe recordar (Ley de Memoria...) hasta el establecimiento de lo que es o no es objetivo (...Histórica). Llegados a este punto entendemos los retorcidos mecanismos por los que el petulante demiurgo deviene principio activo de la realidad y se siente obligado a pastorear en vez de gobernar. Verbigracia, a redactar por sí el preámbulo de la ley más dañina que ha conocido nuestra democracia, a marcar su sentido, a orientar para siempre su interpretación.
Para siempre, sí, pues en el caso de que el delirante cajón de sastre que Z denomina "PP" ganara las elecciones, el tiempo se acabaría, sería el fin del mundo. Z es un innovador en materia de sectarismo. Ha ampliado los límites de la política hasta lograr que nada escape a ella. El concepto de la política –o de lo político– que mueve a esta medianía, es conocido. Suple el pensamiento con lemas de parvulario, vídeos ramplones, esdrújulas inventadas. Pero esto no es lo peor.
Lo peor es que la omnipresencia de la política le hace impermeable a la verdad: "No es la verdad la que os hará libres, es la libertad la que os hará verdaderos". Cuando Vidal-Quadras recordó recientemente esta afirmación de Z (añadiendo que olía a azufre) vislumbré un abismo totalitario. El triunfo del PSOE, en abstracto, es una respetable posibilidad democrática; el triunfo de Z es otra cosa.