La prueba del nueve de que Cataluña se ha constituido en el último baluarte de la España castiza es que, fiel a la tradición canónica de la barbarie celtíbera, ha vuelto a condenar al exilio a otro de sus genios, Albert Boadella. En fin, ya se lo advirtió en su día Josep Pla, que conocía al paisanaje mejor que nadie: "Vigile, Boadella, sobre todo vigile mucho, que Cataluña es un país de cobardes". Y es verdad que él desoyó el sabio consejo del maestro al violar alegremente la Constitución no escrita que desde hace un cuarto de siglo rige la vida colectiva en este triste páramo del Mediterráneo.
Ésa cuyo artículo uno reza tal que así: "A los charnegos y los portadores de ADN cultural autóctono que abjurasen de la santa religión identitaria se les respetarán vida, empleo y hacienda, siempre y cuando permanezcan calladitos en sus casas y hagan expresa renuncia a ejercer los atributos políticos que van asociados a la condición jurídica de ciudadano". Pecado de lesa patria que el Excelentísimo Ayuntamiento de Calafell, reunido en solemne pleno para la ocasión, tendría el honor de ser el primero en afearle, declarándolo persona non grata en el término municipal de su aldea. A ellos les cupo dar el pistoletazo de salida para que todas las instituciones de la región compitieran en disputada lid por embadurnarse de patriótica mierda en el acoso a Joglars, hasta la asfixia financiera de la compañía y la muerte civil de sus componentes.
Pero, siendo cierto todo eso, lo que ahora han hecho con Boadella, y que antes ya hicieran con el propio Pla –y con Dalí y con Eugeni d´Ors y con Gaziel y con tantos otros–, en el fondo, trasciende a la política. Porque lo que en Cataluña no se perdona jamás es el talento, ese salvoconducto divino que libra a algunos egregios de la inmensa nómina de los mediocres condenados a vivir de las limosnas del Montilla de turno. Es esa humillación antidemocrática que de tarde en tarde les inflige de la Naturaleza lo que los saca de quicio. He ahí la afrenta que no lograrán superar nunca. Lo que los emborracha de ciega ira gregaria en sus largas noches de insomnio nacionalista.
Por algo también sentenció el viejo Pla que para vivir en paz y tranquilidad en Cataluña hay que hacer todos los posibles con tal de pasar desapercibido. Pues la envidia convierte al indígena en un animal irritable que se mantiene en un tedio vigilante, siempre alerta. Así, advertía a quien quisiese escucharle que era perentorio evitar la formación de esa irritabilidad y no provocarla bajo ningún concepto. "No hay demasiada gente que lo sepa. Los que lo saben viven tranquilamente. Los otros pierden", concluía mientras liaba con parsimonia otro caliqueño.
Adéu Boadella.