Hilari Raguer, monje historiador al que La Vanguardia ha dedicado su Contra, encarna un perfil épico-trágico reconocible: amasador de rencor, despertador de muertes. Por fortuna, ha pasado medio siglo encerrado. La pizca de sensatez, la hendija de luz que el Creador reservó a Raguer debió hacerle intuir que constituía un peligro para el prójimo, y él solito se recluyó. En Montserrat.
Sus 79 años no han limado el odio ni las aristas. Orgulloso "nacionalista catalán", no bromea con la idea sagrada de Cataluña, pero sí con la de Dios, que sin duda le parece menos importante: "No lo tengo en el bolsillo". Tú sabrás, Barrabás.
Exige al episcopado español que pida "perdón por su complicidad y su silencio con la represión franquista", gesto que –nos anticipa– el episcopado no hará porque "mantiene la ideología franquista". Cree saber don Hilari que los obispos "critican la asignatura de Educación para la Ciudadanía porque preferirían una educación para la ciudadanía franquista".
Es obvio que al monje trampa le pasa como a aquellos japoneses que emergen a veces del subsuelo convencidos de que siguen en la Segunda Guerra Mundial. Si va de guerra (que es de lo que va), su opción es clara: quita hierro a los asesinatos de religiosos porque "no los ordenó la autoridad máxima". ¿Les suena la cantinela?
Enterado seguramente por el entrevistador de que la guerra terminó hace casi setenta años, se indigna con la próxima beatificación de mártires, y afirma pío: "Es un acto injusto (...) Mártir es alguien asesinado a causa de su fe cristiana. Y no fue el caso de aquellos religiosos (...) Los mataban por pugna política." Pío, pío.
Es previsible la última maldad de esta granada sin explotar en forma de monje que La Vanguardia, muy temerariamente, ha extraído del monte: "Son mucho más violentas las palabras de Jiménez Losantos que la quema de unas fotos del Rey." ¡Don Hilari ha superado a I. Gabilondo! Bueno... todo el mundo supera a I. Gabilondo.
Gracias al periodista Amela hemos conocido uno de esos seres humanos que sacan lo peor de cada cual. Lo lees y te entran ganas de alistarte, en el bando que sea. Pero tranquilos; aunque él diga que es historiador, en realidad es historia. De la peor.