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José García Domínguez

El caso Rossi

La señora Rossi jamás de los jamases habló en castellano desde los estudios de Catalunya Ràdio. Al revés, el servicio profesional que ella prestaba allí consistía en lo contrario: callaba en castellano.

Siendo ella misma una profesional del relato breve, eso que comúnmente suele llamarse cuento, estoy seguro de que Cristina Peri Rossi conoce bien cierta narración de Cesare Pavese. Aquella en la que sostenía que el fascio redentor comenzó a ganar de verdad la partida en el interior de un viejo vagón destartalado que atravesaba la Italia profunda. Era verano y hacía un calor asfixiante. Los pasajeros, agotados, trataban inútilmente de dormir. Todos chorreaban sudor, agolpados unos contra otros. El traqueteo desacompasado del convoy, los incómodos asientos de madera, el humo de la chimenea, el ruido infernal, se aliaban para hacer más insufrible la lentitud de aquella carraca.

De repente, un camisa negra se puso en pie y dio en vociferar. Berreaba sandeces sobre el pueblo, la lengua y la patria. Aquel hombrecillo se iba excitando cada vez más. El tipo parecía incansable. Y lo era. No obstante, las lerdas estupideces que mascullaba sin parar podrían haber sido refutadas y ridiculizadas por muchos de los que viajaban a su lado. Sin embargo, ninguno tuvo el valor de hacerlo. Todos permanecieron callados durante la travesía: les pudo la fatiga, el sopor, la pereza y, por qué ocultarlo, también el miedo a meterse en líos. Así, el hombrín grotesco y fanático continuó parloteando y parloteando sin que nadie le replicase, hasta que el tren llegó a su destino. Concluía Pavese que, justo seis meses después de aquella travesía, empezó la Marcha sobre Roma.

La señora Rossi gozó durante años de un privilegio al que muy pocos acceden: unos potentes micrófonos desde los que pudo haber alertado a sus conciudadanos sobre el acelerado deterioro que sufren las libertades civiles en Cataluña. Pudo mas no quiso. Así, mientras le reservaron su cómodo asiento en el vagón de primera, la señora Rossi, obediente y agradecida, mantuvo la boca cerrada. Hoy, circula por ahí un airado manifiesto en el que otros ilustres muditos del establishment cultural catalán se rasgan las vestiduras porque "la escritora Cristina Peri Rossi ha sido despedida de Catalunya Ràdio por hablar en castellano". Nada más lejos de la realidad. La señora Rossi jamás de los jamases habló en castellano desde los estudios de Catalunya Ràdio. Al revés, el servicio profesional que ella prestaba allí consistía en lo contrario: callaba en castellano. Por lo demás, era un trato justo: ella callaba y ellos le pagaban.

Si ahora la han echado es, simplemente, porque silencios como el suyo ya tienen muy poco valor de cambio en el mercado. ¿A qué viene, pues, tanto escándalo y tanta lágrima de cocodrilo? Señora Rossi, hágame caso, sáquese el nivel C y permanezca calladita, igual que hiciera durante los últimos treinta años. Ya verá cómo, al final, se apiadan de usted y antes del plebiscito de 2014 le regalan un abono para el AVE.

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