Una de las razones que impulsaron a algunos españoles a votar al PSOE el 14 de marzo de 2004 fue sin duda la esperanza de que con Rodríguez Zapatero en el poder, España sería mejor vista en el mundo árabe y en Iberoamérica, y con ellos todos ganaríamos en seguridad y bienestar. Nada más lejos de la realidad: ni las empresas españolas han conseguido mejorar su posición en esos países, ni los españoles hemos dejado de ser objetivo preferente de Al-Qaeda.
Dos hechos desmienten el discurso de quienes auguraban un futuro mejor para los intereses españoles tras nuestra apresura retirada de Irak. Por una parte, ni los Estados Unidos ni Gran Bretaña han perdido terreno en sectores como el petrolífero en la península arábiga. Es más, ayer se confirmó la noticia de la construcción en Texas de una nueva refinería, la mayor del mundo, por parte de Shell y su socio saudí, Saudi Aramco.
En cambio, las empresas españolas no sólo no se han afianzado en la zona, sino que tras la ruptura unilateral por parte de Argelia de su contrato con Repsol y Gas Natural y la política de extorsión y amenazada llevada a cabo entre otros por los presidentes argentino y ecuatoriano, la disminución de la rentabilidad de las inversiones españolas en países supuestamente amigos terminará repercutiendo en los recibos de todos los consumidores españoles. Ahí quedan los supuestos beneficios del pacifismo y buenismo socialistas.
Por si no fuera poco lo anterior, la reciente llamada del número dos de Al-Qaeda a recuperar Al-Andalus y limpiar el norte de África de "los hijos de los españoles y los franceses" resulta altamente preocupante, aunque no sorprendente. En términos parecidos se expresó Bin Laden en su primera locución tras el atentado del 11 de septiembre de 2001. Ni la Alianza de Civilizaciones ni la recuperación por parte de Rodríguez Zapatero del discurso de hermandad con el islam del primer franquismo han conseguido aplacar las ansias genocidas del yihadismo, con el inconveniente de que en estos momentos España no cuenta con sólidos aliados occidentales a quienes acudir en caso de agresión islamista.
Por desgracia, a seis meses de las elecciones, nada augura un cambio en la miope política exterior del Gobierno de España, sino más bien lo contrario. La negativa de Rodríguez Zapatero a entrevistarse con el presidente Bush, que parece ser está siendo respondida con la misma moneda por la administración norteamericana, es el triste punto final a una trayectoria errática, irresponsable y claramente lesiva para nuestro país, cuyo máximo responsable no es otro que el presidente del Gobierno. A fecha de hoy, Zapatero no tiene quien le escriba, ni en inglés ni en árabe.