Que se indignen los ayatolas iraníes y sus ministros lacayos es lógico. Que se indigne el "mundo entero", o sea, la hipocresía institucional, es cómico. En mi última carta ya hice alusión a la entrevista de Bernard Kouchner del domingo. Ahora podrá intentar descafeinar diplomáticamente sus palabras todo lo que quiera, pero a mí que no me venga con cuentos, porque no sólo le escuché sino que además consideré que estuvo bien.
Después de largas parrafadas sobre la necesaria búsqueda de la paz en el Líbano, en el conflicto israelo-palestino, etc., señaló la peligrosidad de la situación en Irán, concretamente en relación con la fabricación de armas nucleares, algo que las democracias occidentales no podrían tolerar. Por lo tanto, había que prepararse "para lo peor" (au pire). "¿Qué es lo peor?", preguntaron los periodistas. La guerra, respondió Kouchner, y precis que no pensaba en una invasión, sino que se refería a un bombardeo para destruir las instalaciones donde se fabrican las armas nucleares. Por supuesto, no se limitó a decir sólo eso, sino que lo envolvió todo con muchas frases sobre la necesidad de negociar, negociar y seguir negociando para obtener los mismos resultados, o sea, el abandono por parte de las autoridades iraníes de su programa de fabricación de armas nucleares.
Ahora en Moscú, en París y donde puede Kouchner insiste en ese aspecto de su entrevista: hablé de negociaciones, dije que había que intentarlo todo para evitar "lo peor", o sea, la guerra. Es totalmente cierto que lo dijo, pero también lo es que ni yo, ni él, ni nadie nos lo creímos. Todos entendimos que piensa que no hay más remedio, si de verdad se quiere evitar que Irán se dote de armas nucleares –lo cual, evidentemente, sería lo más peligroso del mundo–, que emprender una intervención militar, pero limitada a unos bombardeos. No sería nada fácil, porque Irán lo sabe, y se prepara, multiplicando los lugares en los que se enriquece el uranio y protegiendo al máximo esos lugares en previsión de unos inevitables bombardeos. Por parte de los Estados Unidos, de Israel o de Francia.
No obstante, yo no me lo creo. Pienso más bien que el actual Gobierno y el actual presidente se limitarían a justificar, en la ONU y en la UE, una acción militar llevada a cabo por otros ejércitos. Esto ya constituye un cambio considerable de la política exterior francesa, pero aún no sería una ruptura radical con ese espíritu muniqués que domina la vida política, social y "cultural" francesa. Basta con ver el escándalo provocado por la utilización de la palabra guerra por parte de Kouchner. Ségolène Royal, más cursi y boba que nunca, en Québec; Hollande en París; hasta el debile profond de François Bayrou; todos, sin analizar la situación real, la locura y peligrosidad de la política iraní, se indignan: ¡Kouchner ha empleado la palabra guerra! ¡Es inadmisible! ¡Es pecado mortal!
¡Hipócritas!