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José García Domínguez

Una historia entre mil

Como cada septiembre, el inspector de la Consejería de Educación les aclarará –por enésima vez– a esos padres que la inmersión lingüística resulta obligatoria para todos; que tampoco este curso habrá excepciones con nadie

El mayor se llama Héctor y dentro de muy poco cumplirá doce años; es hermano de Eloy, que tiene siete y también estudia en la escuela pública El Barrufet, de Sant Boi de Llobregat, su pueblo natal. Los dos, Héctor y Eloy, son sordos, sordos de nacimiento. A ambos hubo de practicárseles un implante coclear, cirugía que les permite interpretar los sonidos mediante un complejo mecanismo de electrodos. Gracias a esas prótesis, y a través de un lento proceso de aprendizaje, podrían haber llegado a comunicarse en un único idioma hablado.

Sólo en uno. Y con un enorme esfuerzo. Comprender dos les sería, sencillamente, imposible. Pero si he escrito "podrían", y no "pueden", es porque Héctor y Eloy a duras penas se manejan con el lenguaje de los signos. Ocurre el verdadero gran problema de Héctor y Eloy no son sus oídos, sino sus padres. Unos modestísimos padres inmigrantes que se empeñan en sabotear la construcción nacional de Cataluña dirigiéndose a sus hijos en la única lengua que conocen, el castellano.

Como cada septiembre, Héctor y Eloy se acaban de incorporar a las clases. Y como cada septiembre, vuelven cada día a casa sin haber descifrado nada de lo explicado en el aula. Y como cada septiembre, el inspector de la Consejería de Educación les aclarará –por enésima vez– a esos padres que la inmersión lingüística resulta obligatoria para todos; que tampoco este curso habrá excepciones con nadie; y que "nadie" sigue significando nadie.

Y como cada septiembre, Héctor y Eloy comenzarán a recibir la asistencia del logopeda de la Generalidad durante cuatro horas a la semana. Y como cada septiembre, el logopeda les hablará exclusivamente en catalán, aunque sepa que resulta inútil porque ellos seguirán sin entenderlo. Y como cada septiembre, la madre, que tiene concedida la invalidez permanente por el grado de ansiedad que padece, suplicará de nuevo ante el CREDAC (Centro de Recursos Educativos para Deficientes Auditivos de Cataluña) de Sant Feliu de Llobregat.

Y tal vez, la directora de ese centro, una patriota que responde por Claustra Cardona i Pera, le grite lo mismo que en la entrevista del último septiembre: "Si quieren castellano, o se marchan de Cataluña o se hacen a la idea de que los niños se quedarán sólo con el lenguaje de los signos". Y como cada septiembre, esa madre seguirá esperando que alguna mañana aparezca el cartero con la muy honorable respuesta a aquella carta desesperada que le envió al presidente de la Generalidad, rogándole que se compadeciera de su caso. Y como cada septiembre, el cartero pasará de largo.

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