Con Zapatero, la centrifugadora española ha subido de revoluciones. Tanto que, de vez en cuando, salen despedidos del bombo algunos de los responsables de esa aceleración. Imaz es el último de ellos. El hombre que en el Alderdi Eguna del 2004, tal que en un septiembre como éste, exigía al Gobierno que se reconociera el derecho a la autodeterminación de los vascos y anunciaba que "nunca aceptaremos una Constitución que no nos reconozca este derecho", se marcha después de que su partido se reafirmara en su voluntad de realizar por las bravas aquello que él reclamaba entonces. Hay nacionalistas que optan por la patada en los testículos y hay nacionalistas que prefieren tácticas menos contundentes. A esto último lo llaman pragmatismo.
Visto que en el PNV los de la coz llevan las de ganar y se encarrilan por la senda sin retorno del referéndum ilegal con una ETA activa en la calle y en las instituciones tras la prolongada tregua que le proporcionó ZP, su apreciado Imaz se retira y, de paso, plantea un órdago. No es probable que lo gane. La patada es lo que se estila. Es ahora o nunca. Los nacionalistas saben aprovechar una oportunidad cuando la ven. No se han dedicado a otra cosa. Zapatero representa su mejor oportunidad desde 1978. Lo que no significa que no vayan a asestarle un golpe en salva sea la parte cuando les parezca oportuno.
Zapatero era el hombre que iba a arreglar este lío. Eso decía. El que con el diálogo y las concesiones –Cataluña es una nación; la nación española es discutida y discutible– conseguiría limar las aristas a los nacionalismos. Hay que recordar esto para examinar después el resultado. Haciendo constar también que ZP no es la única lumbrera que ha manifestado en España el propósito de contentar a los que no quieren contentarse. Sólo que a Zapatero el precio no le importaba. Si había que quebrar la Constitución, se encogía de hombros –siempre está encogido de hombros– y adelante.
El resultado es que los nacionalismos se han radicalizado. Todos sin excepción. Y que el PSOE ha ido a rastras de ellos, o arrastrándose tras ellos, como el hombre desorientado y perdido en busca de un norte. No amansó ZP a la fiera, que tampoco era exactamente lo que quería, sino que la excitó. Le abrió el apetito con expectativas, como hizo con la ETA. A fin de cuentas, la negociación con la banda terrorista, la alianza con los nacionalistas y la revisión de los estatutos para constituir de facto un Estado plurinacional, formaban un número que tenía su coherencia. Dentro del delirio, claro.
Imaz es el enésimo favorito de Zapatero que cae en desgracia. Que el presidente del Gobierno confiese "cierta perplejidad" ante la retirada del dirigente jeltzale no nos deja perplejos. Nos reafirma en que al inquilino de La Moncloa se le escapan las dinámicas que él mismo pone en marcha y azuza. A otros caídos dicen que los engañó, y se dice como si eso fuera un punto a su favor. Como escribió Revel, elogiar a un político por su astucia, su arte de embaucar a la opinión pública y su capacidad para engañar a sus rivales, viene a ser como si los clientes de un banco respaldaran al director por su habilidad para el latrocinio. Pero ahora es él el sorprendido. Más que engaño, ha sido autoengaño. Imaz era el representante de ese nacionalismo moderado y democrático tan anhelado como imaginado, y ZP y sus coros lo presentaban cayéndoseles la baba, como si fuera un éxito suyo. ¿Recuerdan? Era Aznar el que había echado al PNV al monte. Imaz ha comprobado la profundidad del abismo desde las alturas y ha decidido largarse.