"No se moleste en debatir con John Stossel y los libertarios. Son peores que los republicanos", aseguran en un comentario en climateprogress.org, el blog de Joe Romm sobre calentamiento global. Fue la reacción a la cobertura de C-SPAN de un debate sobre política energética del Foro de Mujeres Independientes que moderé hace unos días.
Romm fue la estrella del acto. No lo reconocí hasta que me recordó que le entrevisté hace una década. Entonces me acordé de que era el "hombre de los retretes". Así es como le llamaba en privado cuando era un burócrata del Departamento de Energía bajo el presidente Clinton que defendía la exigencia del Gobierno de que todos nos comprásemos alcachofas de ducha "de bajo flujo" y retretes "que ahorren agua".
Realicé un reportaje de la serie Déme un respiro sobre eso para 20/20 burlándome del interminable proceso de fabricación de normas que, de alguna manera, acabó en la conclusión de que 7,2 litros es la capacidad exacta que necesita cualquier retrete. Entrevisté a personas que estaban tan descontentas con sus nuevas cisternas que rebuscaban en los vertederos en busca de las antiguas o iban a Canadá a comprarlas, porque los 7,2 litros no siempre hacían el trabajo. Propietarios y caseros me dijeron uno tras otro: "¡Los retretes no funcionan!"
"Ahora sí funcionan", me dijo Romm en el debate. Con el tiempo, los fabricantes hicieron que 7,2 litros arrastrasen con éxito lo que debían arrastrar, demostrando, sugirió, que mi Déme un respiro estaba equivocado y que las normas del Gobierno provocan mejoras. Ahora, dice, necesitamos salvar la tierra aprobando leyes que restrinjan las emisiones el dióxido de carbono.
Pero a los fabricantes les llevó años solucionar el problema del arrastre, a un gran coste para el consumidor. Durante ese período muchas personas se veían obligadas a tirar de la cadena varias veces, desperdiciando litros y litros de agua. La norma se aplicó en todo Estados Unidos, provocando episodios vergonzosos al tirar de la cadena y haciendo que muchas personas padecieran unas pésimas duchas también en Vermont y otros lugares que tienen agua de sobra y no necesitan ahorrar. Es más, el ahorro del agua fue inferior al 6% de lo que los granjeros utilizan a diario para irrigar los campos. Nada de esto le produce incomodidad alguna a Romm.
Ahora trabaja en el Centro para el Progreso Americano, un laboratorio de ideas izquierdista en el que empollones dedicados a la política han concluido que la solución a muchos problemas es que el Gobierno nos diga qué hacer.
Por supuesto, limitarse a privatizar la distribución de agua permitiendo que su precio oscile en función de la ley de oferta y demanda habría sido una solución más justa. Pero el Departamento de Energía del presidente Clinton no quiso meter en escena al demonio del libre mercado.
Ahora el eslogan de moda es "deje que el mercado funcione", al menos dentro del segmento del colectivo catastrofista del calentamiento global que defiende el mecanismo de regulación medioambiental de cupos y comercio de las emisiones de carbono.
Estoy completamente a favor del comercio. Pero no se habla tanto de la parte del "cupo". Esa es responsabilidad de la coacción gubernamental.
¿Vendrá la policía de las chimeneas a nuestra casa? ¿Nos dirá Al Gore cuando podemos poner en marcha nuestros aparatos de aire acondicionado? ¿Habrá un policía federal en cada fábrica? Romm fue lo bastante honesto para admitir: "Ciertamente no he venido aquí a decir que esto va a salir gratis". No, no lo será. Si los histéricos del cambio climático global asumen el control, pagaremos por ello una y otra vez.
¿Y con qué fin? En Europa, después de que los políticos presa del pánico hayan impuesto el mecanismo de comercio de cupos de emisiones a sus electorados en lo que John O'Sullivan llama "la señal universal de ostentación de la virtud", la energía ahora cuesta más, pero la mayor parte de los países aún no cumplen sus objetivos de emisiones de dióxido de carbono acordados en Kyoto.
Sí tuve la satisfacción de poner fin al panel del Foro recordando a la audiencia las predicciones del gurú del calentamiento global James Hansen hace años, cuando aseguró que la autopista del West Side de la ciudad de Nueva York estaría pronto "bajo las aguas".
Romm escribió en su blog que la predicción, "no hace falta decirlo", no es "nada que Hansen dijera nunca". Pero sí lo dijo, y hasta uno de los fans de Romm le corregía en el blog: Chad escribió: "Seguí la pista a esa cita de Hansen. [....] Dijo que ‘la autopista del West Side quedará bajo las aguas'. [...] También habrá una sequía y los árboles de la Universidad de Columbia estarán muertos".
Acabo de mirar. La autopista aún está allí. Los árboles también tienen buen aspecto.