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Cristina Losada

Falacias al descubierto

La utilidad de esta nueva fuerza radica en ser efecto y testimonio de la descomposición del PSOE y en que acaba con la estupidez de identificar España con la derecha. Y a la izquierda o algo parecido, con la anti-España.

Con un solo gesto, con pocas palabras, Rosa Díez ha desmontado dos fundamentales falacias que ha propagado ad nauseam el PSOE a fin de mantener prietas y firmes las filas de sus votantes. La una consiste en presentar la oposición a la negociación política con ETA y a las cesiones que la han acompañado, como una desleal y malévola actitud de un PP deseoso de extraer réditos electorales. Es la archiconocida “utilización política del terrorismo” en boca de quienes no esperaron 24 horas para aprovechar electoralmente la masacre de Atocha. La otra sostiene que las “reformas” de Estatutos que reconocen naciones, liquidan la igualdad ante la ley y rompen la cohesión, no perpetran ningún atentado contra la letra y el espíritu de la Constitución, no nos llevan por la senda de la balcanización sino todo lo contrario, y que oponerse a ellas sólo demuestra las pulsiones centralistas que latirían en la derecha cavernaria de su caricatura.

La salida de Rosa Díez del PSOE, su decisión de crear un partido de ámbito nacional, precisamente desde la negativa a los cambalaches con la ETA, a las cesiones a nacionalistas y secesionistas, a la quiebra de la Carta Magna y al despiece de la nación, desenmascara esos dos mensajes-consigna que han repetido con la machaconería propia de la casa, los dirigentes del partido gobernante y el propio presidente. He ahí a una dirigente socialista, que podía vivir como tantos de las rentas que proporciona la obediencia, diciendo que no aguanta un minuto más en un partido que marcha a tumbos en sentido contrario al que, a su juicio, marcan su tradición y el programa con que acudió a las elecciones. He ahí a un grupo de personas que no son clasificables en “la derecha reaccionaria”, que no encajan en los toscos pero eficaces esquemas propagandísticos que manejan recaderos y bufones, mostrándose lo suficientemente alarmado como para postular una nueva opción política, que podría –otra cosa es si lo conseguirá– romper la dinámica predominante desde la Transición; la que ha llevado a los dos grandes partidos a transigir con los nacionalistas, a no contrariarlos, a contagiarse de su obsesión identitaria o, ya en el colmo, a eso que hace ZP: entregarles todo –y si presume de alma, ésta  también– a cambio de la perpetuación en el poder.

Y he ahí, claro, el aluvión de reprobaciones previsible. Las mentiras requieren de otras para sostenerse. Era obligado que para mantener en pie aquellas falacias necesarias para encubrir el desguace, tengan ahora que introducir a toda prisa a Díez y sus compañeros  en una cuna mecida por la derecha. Esto de la cuna, aparte de título de película de terror, es la expresión que utilizaba Alfonso Guerra, cuyos chascarrillos huelen a naftalina y sus posiciones a servidumbre voluntaria: quien criticaba el Estatuto de Cataluña, votaba a favor del bodrio anticonstitucional y salía con el rabo entre las piernas. Y es natural que quienes perciben en la marcha de la europarlamentaria el contrapunto de sus miserias políticas y personales, traten de mancillarla presentándola como resentida, ambiciosa y oportunista. Un típico episodio de character assasination para el que ha unido fuerzas la tríada zapaterista, nacionalista y filoterrorista.

Hay quienes hubieran preferido que Rosa Díez y los suyos dieran apoyo público al PP, a fin de fomentar el “voto útil”. Entonces no los hubieran metido en la cuna, sino en la cama. Es imposible acabar en unos meses con prejuicios ideológicos arraigados, que la propia derecha no ha hecho nada por desterrar en las décadas pasadas. La utilidad de esta nueva fuerza radica en ser efecto y testimonio de la descomposición del PSOE y en que como decía aquí Girauta, acaba con la estupidez de identificar España con la derecha. Y a la izquierda o algo parecido, con la anti-España.

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