Las fuentes del voto socialista son varias. Rodríguez obtendrá, de entrada, el apoyo de una tradición inventada al nacer la Transición, cuando una mota de polvo del (anti)franquismo devino la marea del puño y de la rosa. El contingente se cuenta por pares de millones y los periodistas lo conocen como “el suelo”. Haga lo que haga su líder, marranee cuanto marranee su gobierno, cuatro pares de millones no se los quita nadie en unas generales. Aunque presenten a un maniquí de El Corte Inglés.
Tiene mérito, pues el altísimo suelo se montó en un periquete en época de Suárez, cuando constó de repente que lo admirable era ser joven, no haber apenas existido. Estos habían existido lo justo para hacerle la cama a Llopis en Suresnes y situarse en el lugar adecuado: la izquierda no comunista. Fórmula que no respondía a casi nada, pero que dotaron de sentido Alemania, Estados Unidos y una parte del franquismo en trance de disolución.
Otros votos son los del odio fácil contra la derecha. No advierten especiales atractivos en el PSOE, pero lo encumbran por una poderosa razón: es el que de verdad fastidia al PP ganándole el gobierno. Pueden proceder de la otra izquierda o del nacionalismo. A estos les llaman los periodistas “el voto útil”. Sumemos de uno a dos millones más, según venga el censo.
Entre los del suelo y los útiles, el PSOE tiene bastante, salvo que el PP venga estupendo. Como vino, por los pelos, en el 96, con méritos de Aznar y deméritos del señor de las cloacas, que, con todo, era un terremoto: González, según decían, levantaba cinco puntos en la última semana de campaña. Todo con un estilo verboso y cantinflesco… que para sí quisiera Rodríguez, sombra de una sombra con los brazos pegados al tronco, los antebrazos torpemente aleteando, las manos como un karateka novato. Más estupendo que nunca vino el PP en 2000, por gobernar bien.
Cuando el PP viene crecido, como ahora (y como en 2004), al suelo y a los útiles le han de añadir por fuerza los socialistas otros segmentos si no quieren perder dulcemente. El menos importante en número es el que obsesiona a los especialistas: los “indecisos”, siguiendo la jerga. No los que dudan entre votar o abstenerse, sino los que dudan entre PSOE y PP. Infunden un respeto imponente que no se justifica por la cantidad, aunque merezcan estudio por su calidad.
Están por fin los que no votan… casi nunca. El lumpen progre y antisistema, nutrido conjunto de amigos de la revuelta que el 11-14 M permite cifrar en un millón y medio. Puede llamárseles indecisos en el otro sentido, pero la etiqueta es confusa. Nunca votarán al PP. Aquí don Mariano sólo pueden aspirar a prever y seguir de muy cerca cualquier nuevo intento de revuelta súbita de Rodríguez. Si vuelven a votar, ganará el PSOE. Sólo les saca de casa el odio desatado. Y orquestado. Menos miedos a Rosa Díez y más plan B para el nuevo “pásalo” que ya estarán urdiendo los de Blanco.