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EDITORIAL

Hasta siempre, maestro Umbral

La figura de Umbral permanecerá en el recuerdo durante décadas. Como la de González Ruano o la del mismo Larra, que hace casi dos siglos arrastraba sus pesares por el mismo Madrid que Umbral ha glosado durante cuarenta años.

Hablar de columnismo y hablar de Francisco Umbral es hacerlo de la misma cosa. La identificación de un autor con un género pocas veces ha sido tan pura y auténtica como en el caso del escritor madrileño que ayer nos dejó, después de 72 años, más de ochenta libros y miles de columnas que ya son parte inseparable de lo mejor de la historia del periodismo y la literatura españolas.

Umbral, criado en Castilla la Vieja en lo más duro de la posguerra y que apenas había asistido a clase, se formó a sí a mismo como escritor con una única pero infalible receta: leyendo mucho, que es, precisamente, lo que les falta a los periodistas de hoy. Empleado como botones en Valladolid fue un maestro de las letras, Miguel Delibes quien descubrió su talento y le ofreció la oportunidad de demostrar su valía frente a una cuartilla en blanco. Y fue mucha. Tanta que, en no demasiado tiempo, saltó a la capital y desempeñó una brillante carrera de cronista de casi todo.

Porque a Umbral, letraherido desde la infancia más tierna, lo que le gustaba era leer y escribir. O escribir y leer, tanto da. Lo hacía tan bien que no había género periodístico que se le resistiese, aunque su corazón de poeta le llevase siempre por el lado lírico del oficio. Destacó como articulista consumado en muchas de las revistas que hicieron de la transición un momento estelar del periodismo. Todo sin olvidar sus orígenes de escritor atormentado. De su generosa obra literaria brilla con luz propia Mortal y rosa, libro salido del mismo alma, fruto de la muerte de su hijo a los seis años. Otras no le van a la zaga, especialmente las de tema madrileño, especialidad de un autor que llegó a fundirse con Madrid, con sus callejas, sus gentes, sus trampas, sus tramposos, su día a día pícaro y burlón.

Con todo, lo mejor de Umbral fueron los millares de columnas diarias con los que abonó durante años las páginas de opinión de los diarios más importantes e influyentes de España. Renovó el lenguaje en el que se escribían las columnas periodísticas patentando un estilo tan único y personal como inimitable. Como Francisco Umbral no hay ni habrá otro, porque la composición genial del madrileño, su vida y el tiempo que le tocó narrar no se volverán a repetir. No tiene delfín pero una legión de columnistas españoles lo reclaman como padre adoptivo, como reinventor de un género que en España es tan importante por la mañana como el café o los churros.

Este será su verdadero e inmarchitable legado. Por encima de querencias estéticas o políticas la figura de Umbral permanecerá en el recuerdo durante décadas. Como la de González Ruano o la del mismo Larra, que hace casi dos siglos arrastraba sus pesares por el mismo Madrid que Umbral ha glosado durante cuarenta años. Con tanta fortuna que las generaciones venideras de columnistas seguirán leyendo sus textos, fascinándose con sus giros imposibles, sus palabras recién inventadas y su peculiar modo de mirar sobre lo que pasó el día anterior. Umbral se ha ido, queda su obra y su ejemplo de escritor de una pieza. Hasta siempre, maestro.

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