Nunca antes había sido tan fácil cubrir la baja de director de la Biblioteca Nacional como en esta ocasión. Rosa Regás, que acaba de dimitir después de que el ministro de Cultura le retirase la confianza, ha sido sin lugar a dudas la peor directora de esta institución desde su fundación hace casi tres siglos. Llegó como fichaje estrella de un Gobierno obsesionado en sus primeros días por los golpes de efecto y la paridad a cualquier precio, aunque fuese al precio de poner en cargos de responsabilidad a completos ineptos. El área de Cultura, con la ex ministra Calvo al frente, fue, tal y como se ha visto después, la más perjudicada a pesar de que la "cultura" era una de las prioridades del gabinete Zapatero.
Regás, novelista mediocre y articulista de talla insignificante, accedió al cargo con el único mérito de haber combatido eficazmente al PP en la etapa opositora más bizarra de Zapatero y compañía. Era, mucho antes que una mujer de letras preocupada por la cultura, una militante convencida de las maldades intrínsecas de la derecha y las bondades de la izquierda. Un personaje trasnochado y demodé, sacado de otra de época pero que, en el perfil radical que Zapatero quería dar en 2004, funcionaba a la perfección.
Como directora de la Biblioteca Nacional de España, una institución tricentenaria, ha sido un desastre sin paliativos. No ha hecho nada reseñable a excepción de mucho izquierdismo de salón con cargo al presupuesto. En lugar de moderar sus ímpetus y dejar de insultar a la media España que no piensa como ella, aunque sólo fuese en virtud del cargo público que hasta ayer ostentaba, no ha perdido comba en el politiqueo que la hizo famosa antes de la llegada al poder de los socialistas. Ha sido difícil en estos últimos tres años no verla en saraos, manifestaciones y recogidas de firmas organizados por la izquierda, desde los manifiestos a favor del Estatuto hasta la manifestación contra la guerra de Irak que, extemporáneamente, se convocó la pasada primavera en Madrid.
Todo esto figuraría en el haber de la ex directora. En el debe sería preciso anotar el derroche sin cuento al que ha sometido a la honorable biblioteca. Sólo en 2006 gastó cerca de millón y medio de euros en "actividades culturales" mientras otras áreas más importantes de la biblioteca, como la digitalización de archivos, quedaban sin cubrir. Las conferencias, casi todas relativas a la Guerra Civil y la República, se pagaban a mil euros, pero los empleados de la biblioteca no contaban con extras ni siquiera para la celebración de las populares noches blancas madrileñas, veladas en las que las instituciones culturales de la capital permanecen abiertas durante la madrugada.
Mientras dilapidaba miles de euros en exorcizar sus fantasmas familiares y apretaba el cinturón a los funcionarios de la biblioteca, cerraba sospechosas adjudicaciones como la del rediseño del sitio web o la creación de un nuevo departamento de prensa con personal adicto a la propia Regás y vinculado con ella a través de la revista EÑE. En lo personal, la escritora barcelonesa que presume de progresista, ha tenido con cargo a la biblioteca cinco chóferes consecutivos, tres secretarias y ha efectuado infinidad de viajes, muchos de ellos realizados para cubrir sus compromisos como escritora.
Lo preocupante no es que Rosa Regás haya desbarrado a placer en un lugar como la Biblioteca Nacional, porque, a fin de cuentas, no se podía esperar otra cosa de un personaje semejante, Lo preocupante es que haya desbarrado durante más de tres años sin que nadie en el Gobierno se inmutase. Zapatero es, en última instancia, el responsable del despropósito, por nombrarla y por no destituirla cuando el desgobierno de la biblioteca estaba en boca de todos.