Andan revueltas las aguas de la izquierda mediática. Tras décadas de monopolio en el ámbito político progresista, y años de monopolio en la transmisión del fútbol de pago, el Grupo Prisa está viendo como Jaume Roures está atacando uno por uno los pilares de su negocio. Por una parte, uno de los dos regalos del Gobierno de Zapatero (el otro fue la legalización del antenicidio), la concesión a Canal Plus de convertirse en una televisión en abierto, ha visto cómo su capacidad de crecimiento quedaba mermada ante el nacimiento de la nueva cadena de Zapatero: La Sexta. Para otoño se anuncia la creación de un nuevo diario, El Público, con el que minar el estatus de monopolio en la opinión progresista de la que ha disfrutado El País desde comienzos de los 80. Y por si esto fuera poco, Sogecable perderá en la temporada 2009-2010 la exclusividad que disfrutaba en los derechos de retransmisión del fútbol, al haber adquirido Mediapro los de 39 de los 42 equipos de Primera y Segunda.
Es en este contexto, al que habría que añadir la muerte de Jesús Polanco y la necesidad de su sucesor de dejar claro que hay alguien al mando, en el que ha de entenderse esta nueva "guerra del fútbol". Si en la anterior el Grupo Prisa aprovechó los grandes recursos que le dio su monopolio en la televisión de pago para adquirir a precios astronómicos los derechos de emisión de los partidos de casi todos los clubes de España y así ganar la batalla del satélite a Vía Digital, en ésta es la misma Sogecable la que está viendo cómo le ganan con sus mismas armas.
No sabemos cómo piensa Roures rentabilizar el dinero que está pagando por el fútbol. Sabemos que Polanco nunca consiguió hacerlo. Lo que no tiene ningún sentido es que ahora El País se queje de que sea otro quien esté "especulando" con esos derechos, pagando por ellos cantidades alejadas de la "prudencia mercantil", dado que justamente de eso podría haberse acusado a Prisa hace una década. El revuelo con la supuesta factura impagada por Mediapro parece, pues, un intento a la desesperada de deshacerse de este molesto rival, y no un caso real de impago por parte de la empresa de Roures.
El regocijo que, sin duda, produce a muchos ver cómo se tiran de los pelos los dos grandes grupos mediáticos de la izquierda, el establecido por González y el naciente de Zapatero, no debe hacernos perder de vista el dilema al que se enfrenta Prisa. El presidente del Gobierno, como hiciera Aznar en su día, está intentando crear un grupo mediático cuya principal función sea reírle las gracias. La diferencia con aquel entonces es que ZP ya tenía uno que tan sólo le carraspeaba muy de tanto en tanto, y como disimulando, pero se ve que el nuevo socialismo buenista no admite ni la menor grieta en la adhesión sectaria a su figura y sus proyectos, por más alejados del sentido común y de la tradición de la izquierda socialista que estén. Prisa puede encontrarse en una situación similar a la que se ha encontrado el PP en algunas regiones españolas: puestos a elegir entre nacionalistas y aspirantes a serlo, o entre zapateristas puros o disimulados, ¿por qué elegir a los últimos?
En definitiva, la reelección de Zapatero puede suponer para Prisa un riesgo empresarial muchísimo mayor que una presidencia de Rajoy, porque crearía el caldo de cultivo adecuado para que la empresa de Roures floreciera y la de los Polanco se marchitara. Pero no está claro si el tradicional sectarismo de la casa le permitirá cambiar el rumbo lo suficiente como para poner en aprietos al actual líder del PSOE.