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José García Domínguez

Nuevas crónicas desde Liliput

Pizarro les está hablando en el lenguaje de la alta gestión pública, todo un abogado del Estado que, además, dirige una de las 200 mayores empresas del planeta. Está claro, eran ellos los que necesitaban con urgencia un lote de pinganillos.

Lunes. Me asomo un instante a TV3 por ver de amortizar mi parte alícuota de los 2.300 millones de euros que acaba de enterrar ahí Montilla. Las cámaras enfocan a Benach, que, orondo y sobrado, parece dirigirle algún tipo de ofrecimiento a Manolo Pizarro. Aunque habré de esperar hasta mañana antes de descubrir en los papeles que le está vendiendo un pinganillo, que el de Teruel rehúsa. Al poco, comienza la sesión. Todos los portavoces de los partidos catalanistas, con la educación que los caracteriza, interpelan a su ilustre invitado en lemosín. Ningún problema: las distintas perversiones del latín vulgar que aún hoy seguimos degradando las tribus íberas se parecen como gotas de agua, mal que les pese a los nietos de San Pompeu Fabra. La sorpresa llega después. Pizarro interviene en el supuesto idioma común... y no lo entiende nadie. "Nadie" quiere decir nadie. Basta reparar en la unánime perplejidad que traslucen los semblantes embobados de sus avergonzadas señorías: esos extraños sonidos que emite la garganta de Pizarro les suenan a chino mandarín. Y es que les está hablando en el lenguaje de la alta gestión pública, todo un abogado del Estado que, además, dirige una de las 200 mayores empresas del planeta. Está claro, eran ellos los que necesitaban con urgencia un lote de pinganillos.

Martes. Me tropiezo en El Prat con el catedrático Bel. El catedrático Bel fue el cerebro gris que diseñó la doctrina sobre la gran conjura de las infraestructuras orquestada por Madrit; la misma que estos días difunden, obedientes, los periódicos de Barcelona. También fue el catedrático Bel quien dirigió la reciente tenida pública de la "sociedad civil", exigiendo el urgente traspaso del aeropuerto de Barcelona a la Generalidad. Por lo demás, sépase que, aquí, un centenar de tristes funcionarios de mutuas varias, montepíos inciertos, consorcios de la Diputación, Cajas de Ahorros y cámaras de comercio osa autodenominarse así, "sociedad civil", sin escarnio ni mofa aparente de nadie. En fin, invito a un café al catedrático Bel mientras esperamos nuestros respectivos aviones. Y le espeto: "Oye, Germà, tú que has organizado toda esta movida, confiésame cuántos aeropuertos de la Unión Europea son gestionados autónomamente por los poderes regionales de turno". El catedrático Bel, tras sorber un largo trago, me responde: "Bueno, en Alemania hay uno". "¿Eso es todo?", insisto perplejo. "Sí, Pepe, eso es lo único que hemos podido encontrar", concluye. Luego, nos despedimos.

Miércoles. Hoy, con quien me tropiezo en una columna de opinión de e-noticies es con el independentista Roig. El independentista Roig resulta ser hombre de notable inteligencia, además de profundos y acreditados saberes económicos. Me embarco, pues, en una atenta lectura de las cogitaciones estivales del independentista Xavier Roig. Así es como descubro las nuevas que siguen: "Cojamos el aeropuerto de El Prat. Nunca será un aeropuerto importante como algunos desearíamos (...) El aeropuerto de El Prat no puede crecer y, además, las corruptelas municipales le hacen la puñeta. El aeropuerto de Barcelona no tiene tres pistas. Tiene dos: dos cruzadas que no se pueden utilizar simultáneamente, que cuentan como una, y otra nueva, corta. (...) La pregunta que se hacen determinados expertos (que no aparecen en los periódicos, porque no interesa) es: ¿cómo se llenará la nueva terminal si los slots de despegue y aterrizaje están limitados a dos miserables pistas, una de ellas (gracias a los vecinos excitados por alcaldes irresponsables y demagogos) corta, pavorosa y que obliga al contorsionismo aéreo?"

Pues, eso, que nos lo expliqueMadrit.

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