Los fuegos que se comen España cíclicamente, y la forma en que las autoridades los gestionan, tienen consecuencias inesperadas. De entrada, demuestran hasta qué punto puede llegar la descoordinación entre nuestras administraciones públicas, y prueban que la descentralización no sólo tiene ventajas. Además, suelen venir acompañados de aleccionadores esperpentos, como el requisito del idioma gallego para apagar fuegos en Galicia. También extienden el campo de la demagogia progre-nacionalista hasta lo inimaginable: los escritores del presidente echaron la culpa de los incendios gallegos al PP, partido pirómano. Por fin, los fuegos sirven de baremo para medir la competencia del gobierno. Es decir, la incompetencia.
A su conocida ineficacia, denunciada por Mariano Rajoy con un tono ya cansino, se une un aspecto no menos preocupante: la absoluta falta de sensibilidad de Rodríguez. El fuego, cierto es, llega a España todos los veranos; los abusos de poder del líder socialista también.
Años atrás nos avergonzamos con la corte de cocineros de la que los Rodríguez se hacían acompañar en vacaciones, más propia de sátrapas orientales que de gobernantes europeos y constitucionales. O nos indignamos con las caprichosas reformas de un palacete con un grave defecto: sólo tenía una piscina. Había que poner otra y remozarlo todo con urgencia, pues los Rodríguez no veranean en cualquier sitio. A doña Sonsoles no le parecía suficiente lo que había complacido a los Reyes de España. Casi trescientos mil euros nos costó la broma. Por cierto, ya se han cansado del palacete remozado.
Lo de este año es peor porque lleva al extremo aquella falta de sensibilidad con la cosa del fuego: los cinco miembros del Seprona que en Doñana trabajan en la prevención de incendios han recibido órdenes de abandonar sus ocupaciones para hacer de guías turísticos de la cara pareja presidencial. ¿Por qué optará este matrimonio por convertirse en noticia todos los veranos?
Es fácil: porque se comportan como nuevos ricos. Pero no merecen la clemencia de estos, justificados por gastar sus propios recursos. Por el contrario, los Rodríguez dilapidan nuestros dineros y efectivos para darse una vida principesca. Después de ellos, el diluvio. O el incendio.