Ahora que se ha muerto Ingmar Bergman, todos sus títulos me recuerdan al PSOE, qué cosas. Tormentos como los que procuran a las víctimas del terrorismo, Mujer sin rostro como la vice (o con mucho rostro, que también le pega), La vergüenza como lo que dan en general, Secretos de un matrimonio como el de Arenillas y Cabrera, En presencia de un payaso como los mítines de final de campaña, Noche eterna como la de su intelecto, Prisión como la de Guadalajara y el corro de la patata, Tres mujeres como las ministras de la cuota sin competencias e incompetentes, El séptimo sello como lo que no les digo para que no me tachen de apocalíptico, El ojo del diablo como el CNI, La hora del lobo como cuando sacan a Guerra en campaña, El huevo de la serpiente como las negociaciones con la ETA, De la vida de las marionetas como la gente del cine y los hilos que la mueven. Es una obsesión, sí.
Pero también es que son muy cinematográficos, en el sentido más chusco, que es el del cine español. Los de la primera generación socialista en democracia (la de los Tortilla) iban por el mundo como José Sacristán interpretando el papel de progre, calamitoso estereotipo que tomó las pantallas después de aquel otro: José Sacristán haciendo de albañil en camiseta imperio y abrumado por las suecas. Se secó el sudor, escondió el pañuelo que le cubría la cabeza con cuatro nuditos, se calzó una americana de pana marrón y se puso a hacer de diputado de izquierdas con problemas de impotencia, o de detective con problemas de impotencia, o de lo que fuere, pero siempre con gatillazo de por medio. Algún día habrá que estudiar la relación entre el progre español y el gatillazo.
La segunda generación es ya la de Rodríguez y compañía, que, como el cine de su época, carece de argumento. Lo cual es una mejora, dadas las tramas que se gastaban sus mayores. Tampoco encontraremos valores. No hay héroes ni canallas porque no hay bien ni mal. Hay una sombra de código tenue que obedece a tics políticamente correctos, una manía norteamericana que los progres adoran. No les vayan con personajes fuertes tipo Aznar porque no están acostumbrados y se marean. Quieren minorías azotadas. Minorías de cualquier tipo. Y mucha ofensa a la vista, y mucho excremento. Y personajes inverosímiles manteniendo diálogos inauditos. Todo a la medida de su nada. Perdonen tanta libre asociación.