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Juan Carlos Girauta

Polanco

No hay que darle muchas vueltas. Fue franquista el que se ha ido. Y sí, se ha muerto de izquierdas en una época en que ser de izquierdas significa, o bien nada, o bien un subterfugio, una patente de corso para amasar fortuna sin contemplaciones

Con el cadáver del rey de los medios insepulto, doblaban las campanas de El País, joya de la corona, en artificiosas y huecas resonancias. Hacían hincapié en lo equívoco de la adscripción izquierdista del magnate. "¿Pero cómo voy a ser yo de izquierdas?", ponían en su boca. Se agradece la sinceridad.

¿Cómo iba a ser de izquierdas el empresario enriquecido a los pechos de la burocracia franquista y de los favores de Jolines? ¿Cómo iba a ser de izquierdas quien levantó un monopolio empresarial e ideológico (nada cupo fuera de su canon hasta que apareció El Mundo) apoyado en la muleta de un jefe de informativos de la televisión de Franco?

No hay que darle muchas vueltas. Fue franquista el que se ha ido. Y sí, se ha muerto de izquierdas en una época en que ser de izquierdas significa, o bien nada, o bien un subterfugio, una patente de corso para amasar fortuna sin contemplaciones, decidir sobre el destino del prójimo sin remordimientos... y acabar muriéndose como todo el mundo, sin nada.

Por eso ante la muerte hay que volver a los clásicos. Aprovechó los días, como quería Horacio. Pero no siguió el carpe diem en el consejo capital de acortar la esperanza, siempre más larga que la vida: no se entiende qué espera ya del destino un moribundo que, tras haber contribuido en tiempos mejores (para él) a apuntalar un régimen de corrupción y terrorismo como el felipismo, arroja frases cargadas de gasolina contra el partido que debió ponerlo en cintura y no lo hizo. Quizá por eso les perdió el respeto definitivamente.

A quien no siguió Polanco en absoluto es a Albio Tibulo: "Amontone otro para sí riquezas de brillante oro y posea muchas yugadas de suelo cultivado (...) A mí lléveme mi pobreza por una vida ociosa". Y a quien deben tener muy presente sus hagiógrafos –apesebrados más que apesadumbrados– es a Fedro: "El que desea de los perversos el premio de un servicio comete doble yerro: primero porque ayuda a los que no lo merecen, luego porque no puede ya retirarse impunemente."

Destacan algunos cordiales enemigos en la hora final, por recalcar virtud, que fue un gran empresario. Y lo fue. Sólo que sus empresas no fabricaban longanizas ni vendían paraguas. Fabricaban y vendían ideología sin reparar en el encubrimiento al déspota, en el hostigamiento feroz al colega, en la compra de empresas competidoras para cerrarlas, en el uso constante del favor del poder, o en el asesinato civil de un juez honrado que creyó en el principio de que todos somos iguales ante la ley. Descanse en paz.

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