El disparate progre se ha desplegado y alcanza a nuestra vida cotidiana con toda su asfixiante espesura. Impera una plana visión de la sociedad, una irrefrenable vocación modeladora y una inveterada afición por las paraciencias. Todo aderezado con la conocida panoplia de prejuicios y con esa irritante propensión a echarse a llorar por lo buenos que son.
Las señales ya las conocemos y son universales. Destaca la resistencia a los hechos. Las minas de carbón de Al Gore o las inversiones contaminantes de Madona no alterarán la ceremonia neocatastrofista del cambio climático ni sus conciertos mundiales, como no se alteró en su momento aquella estafa formidable de las buenas intenciones que se llamó We Are the World, We Are the Children, ni invitó a recapacitar la inutilidad de las llantinas musicales de Bob Geldof. De lo que se trataba entonces, y de lo que se trata hoy, es de emocionarse juntos. Dónde vaya el dinero es indiferente. El concepto de solidaridad se ha prostituido tanto que no anda desencaminado Bernat Soria –otro profesional de la financiación vía promesas incumplidas– cuando pide el imaginario Nóbel del ramo para su jefe.
En cuanto a nuestra progresía doméstica, especialmente disparatada y ágrafa, ve su modelo buenista devenir en laberinto de códigos arbitrarios. Nuevas formas de iniciación –más ridículas pero más asequibles intelectualmente– sustituyen los rudimentos que precisaba en su día un izquierdista de pro. La dificultad estriba, hoy y aquí, en justificar la coexistencia de ciertas contradicciones. Por ejemplo, promueven folletos donde se enseña al adolescente a drogarse sin excesivo peligro mientras dictan normas severísimas que apartan a los menores del tabaco, obligando a que los bares pierden el tiempo dándole a un mando a distancia cada dos por tres para que el cliente obtenga su cajetilla una vez el camarero-policía ha constatado su edad. ¿Qué diría Foucault de esta microfísica del poder?
Más sencillo les resulta justificar que la misma masa de solidarios ecologistas que corrió a enseñar los dientes al PP en Galicia considere ahora que nada tiene que hacer en Ibiza. Fácil, digo: el chapapote será idéntico, pero en Baleares y en España hay hoy sendos gobiernos de progreso. Clarito, ¿no?
Por la misma regla de tres, pueden usar un libro de texto para atacar con falsedades a Losantos, Vidal o Albiac, en tanto que resultaría intolerable, puestos a citar comunicadores, recoger la intoxicación de Gabilondo sobre los terroristas suicidas del 11-M. O la adscripción franquista de Cebrián en época de Franco, más que nada para contrastarla con la militancia antifranquista que por la misma época practicaban casi todas sus actuales bestias negras.
Fácil, repito: buenos y malos. Así de planos son, así de maniqueos, estos amigos del intervencionismo autoritario, desprovistos de ideas y armados hasta los dientes de frases hechas, prejuicios podridos y mala leche. El problema de seguir aquí la estrategia Sarkozy es que estos adversarios, por no ser, no son ni del 68.