Primero, con reluctancia, aseguraron que el proceso había sido suspendido definitivamente tras el atentado de Barajas en el que murieron dos personas. Mintieron. Siguieron reuniéndose con ETA. Ahora, después del final del "alto el fuego permanente", Zapatero nos aseguró que todo había terminado. Intentó justificar de mil maneras sus tejemanejes con los asesinos, con ayuda de los medios afines, pero afirmó que no lo haría más. Desgraciadamente, cada día se hace más difícil creerle.
El Gobierno reculó sólo en dos cosas. De Juana regresó a la cárcel, desgraciadamente por poco tiempo, y la Fiscalía dejó de proteger a Otegi. Sin embargo, en lo que más importaba a ETA, la legalización de su brazo político, bajo la denominación de ANV en los ayuntamientos y de PCTV en el Parlamento vasco, no hubo cambios. Ni la Fiscalía ni la Abogacía del Estado han actuado para que el Tribunal Supremo pueda dictaminar si, como todos sabemos, no son más que una nueva marca electoral de ETA. Así, el Gobierno deja una puerta entreabierta, para así poder volver a recorrer el mismo camino si vuelve a ganas las elecciones.
Lo ha dejado claro por dos vías. La primera ha sido negarse a que se conozcan las actas de su negociación con la ETA. Es una forma de reconocer abiertamente que en la mesa se ha hablado de lo que nunca debe hablar un Gobierno de España. La segunda ha sido su manera de seguir despreciando a las víctimas del terrorismo, que ha tenido en el décimo aniversario del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco su demostración más evidente. Zapatero podría haber enviado a alguien, si su arrogancia y su resentimiento le impedían hacerlo él mismo, como era su obligación. Dispone de una vicepresidenta que siempre está dispuesta a tragar en los momentos difíciles. Pero no, se ha limitado a enviar un telegrama y una carta al periódico. Asegura querer la unidad de todos en la lucha contra el terror. Pero no está dispuesto a hacer siquiera un gesto que indique que ha cambiado de verdad su rumbo. Cabe suponer que porque no lo ha hecho.
La inquina que demuestran Zapatero y los suyos hacia las víctimas comenzó cuando Peces Barba les dijo que tendrían que asumir que se liberaran presos de ETA por mor de la paz. No sólo se negaron a hacerlo sino que lo denunciaron públicamente y convocaron manifestación tras manifestación contra un Gobierno que puso sus mejores empeños de destruir la lucha antiterrorista para apaciguar a ETA en lo que llamó "proceso de paz". Una paz que, como ha dicho María del Mar Blanco, no ha sido más que mera traición del PSOE a las víctimas y al resto de los españoles.
Como ha dicho Aznar, hay que "hablar sin miedo" ante "el dedo que exige silencio". Fue lo que hicieron las víctimas, responsables en buena medida de que el Gobierno no haya cedido todo lo que estaba dispuesto a capitular ante el terror. Al fin y al cabo, la primera y única preocupación del PSOE es ganar las elecciones, y sabían que con la rebelión cívica puesta en marcha por la AVT no podrían llegar hasta donde le exigían los terroristas sin salir derrotados. Las víctimas, por tanto, han logrado que el Estado de Derecho no se rinda ante ETA. Por ahora.
Por eso Rajoy no puede soltar el pie del acelerador. Dejó bien claro la semana pasada que estaba más que dispuesto a colaborar con Zapatero en la lucha contra ETA, pero que eso no significaba ni podía significar callarse ante ese "dedo que exige silencio". Desgraciadamente, una semana después ha decidido mantener un perfil más bajo y hablar de economía. Esperemos que no sea esa la imagen del líder de la oposición que quede en la retina de los españoles cuando se vayan de vacaciones.