La costumbre de organizar conciertos para concienciar al mundo la inauguró Bob Geldof con su Live Aid de 1985. Tras ver un documental sobre la hambruna en Etiopía, empleó sus contactos en el mundo de la música británica y logró grabar un single con otros artistas cuyas ventas dedicó a intentar aliviar ese problema y que fue un gran éxito en las navidades de 1984. El concierto tuvo el mismo objetivo. Desgraciadamente, el hambre no tenía otra causa que la socialización forzosa a la que la dictadura comunista de Mengistu sometió a la economía etíope. La sequía de 1982 no fue excepcional, y la población de la zona estaba acostumbrada a lidiar con la carencia de agua. Pero en esta ocasión coincidió con un experimento colectivista, el traslado forzoso de gran parte de la población y el establecimiento de las granjas colectivas. Los campesinos no pudieron luchar contra la sequía y las horribles imágenes de las consecuencias dieron la vuelta al mundo.
En aquel momento la retórica era la misma de siempre: la culpa la teníamos los países occidentales porque consumíamos demasiado y por eso los pobres morían de hambre. La solución: darles algo de lo que a nosotros nos sobraba. La organización de Bob Geldof y muchas otras lograron reunir mucho dinero, pero el Gobierno de Mengistu no lo empleó para aliviar la situación de la población etíope. Sin embargo, las conciencias de Occidente sí pudieron descansar. Habían cambiado el mundo.
Más de veinte años después ha sido Al Gore quien ha organizado una serie de macroconciertos simultáneos en varios ciudades del mundo, bajo el nombre de Live Earth. Su objetivo no está tan claro como entonces, pero parece ser un nuevo intento de concienciar al mundo, como lo fue el documental Una verdad incómoda. Pero el problema de predicar al resto de los mortales las virtudes de tal o cual opción moral es que cualquier desviación de ese mismo estándar producirá las inevitables acusaciones de hipocresía. Y aunque esto no haya detenido a Al Gore pese a llevar un estilo de vida que produce mucho más CO2 que el de la práctica totalidad de los habitantes de la tierra, sí que ha producido críticas contra estos conciertos.
Matt Bellamy, el líder de la banda Muse, ya ha bautizado el concierto como "Jets privados por el cambio climático". El bajista de los Artic Monkeys calificaba de hipócrita hacer un evento de estas características cuando se emplea la energía de diez casas "sólo para la iluminación". Hasta Bob Geldof ha criticado a Al Gore por organizarlo. Y es que resulta difícil considerar a algunos de sus participantes como ecologistas concienciados. Madonna, por ejemplo, utilizó un avión privado para su gira mundial de 2006, en el que transportaba a más de cien personas. En su garaje la esperan un Mercedes Maybach, dos Range Rover, un Audi A8 y un Mini. Y no es más que un ejemplo; buena parte de los músicos han empleado aviones privados para desplazarse a actuar, en lugar de tomar líneas comerciales, entre otros muchos actos que no serían reprobables si ellos mismos no los consideraran perjudiciales para el planeta.
Pese a ello, la organización asegura que el macroconcierto no será dañino para el medioambiente porque comprarán "compensaciones de CO2", es decir, destinarán dinero a plantar árboles y construir molinos y paneles solares. Algo que recuerda mucho a las bulas que los pecadores adinerados compraban a la Iglesia para no tener que renunciar a sus vicios. Vienen a decir que ellos sí que pueden calentar la Tierra, pero que pese a ello tienen el derecho de amonestarnos a los demás por hacer lo mismo en una escala muchísimo más reducida. Es un ejemplo más de que la izquierda ha devenido en una mera pose, y lo único que importa a sus practicantes es sentirse a gusto consigo mismos. Los resultados prácticos de sus acciones en la realidad es lo de menos.