Lo bueno de un Gobierno en descomposición como éste es que cada vez disimula peor y se enfada con menos gracia. Las informaciones sobre los apaños de Zapatero con ETA, no todas surgidas del diario etarra Gara, demuestran que el PSOE negociaba con la banda con una mano mientras con la otra firmaba el pacto antiterrorista, y que firmaba pactos que afectan al conjunto de la nación española. Por eso no deja de tener su gracia la histeria con la que afronta el debate sobre el estado de la Nación.
La próxima semana será crucial para el futuro de la Nación. El Gobierno tiene la firme determinación de entregar Navarra a los anexionistas vascos como parte del trato de los enviados de Zapatero con la banda terrorista ETA. El golpe al régimen autonómico y constitucional en Navarra se producirá antes o después del debate, antes o después de las elecciones generales, pero en cualquier caso con Zapatero en el poder.
La descomposición moral y política del Gobierno sigue su curso: mal está un partido pretendidamente nacional que crea legítimo repartirse España con ETA y el resto de nacionalistas; roza la enfermedad cuando pretende hacerlo a escondidas, sin que nadie se entere; y entra de lleno en la esquizofrenia paranoide cuando pretende que el único partido que se dice nacional se dedique a debatir sobre cualquier otra cosa. ¿De qué quiere discutir Zapatero mientras sigue negociando con ETA el futuro de los españoles a los que la banda asesina? ¿De las pensiones de los autónomos? ¿De los derechos de los homosexuales? ¿Del precio de la luz?
Que nadie se confunda: este debate sobre el estado de la Nación es el más importante desde hace muchos años, precisamente porque lo que está en juego es la existencia de una Nación sobre la que debatir su estado. Y hoy esto pasa por la relación oscura, pringosa y húmeda entre Zapatero y ETA. En el debate debe rendir cuentas ante los representantes de la Nación sobre estos tratos, sobre los pasados, los presentes y los futuros.
El Gobierno tiene toda la intención de pactar un debate amañado o de obligar al PP a mirar hacia otro lado ante sus desmanes. Ocurrió antes, con nefastas consecuencias para la imagen de Rajoy y para la deriva posterior de los acontecimientos. Pero esta vez la cosa es distinta, por la gravedad de la situación. El Gobierno le tiene pánico al debate como el delincuente teme a la policía. Zapatero teme a Rajoy, que tiene ideas, principios y una honradez de la que el presidente del Gobierno desconoce hasta su significado. Así las cosas, el debate debe ser, con mayúsculas, sobre el Estado de la Nación. Y sobre los tratos de Zapatero con sus enemigos.