La expulsión del colegio de abogados del fiscal del distrito de Durham, Michael Nifong, debería ser sólo el primer paso para remediar el grotesco y cínico fraude del caso "de violación" contra los jugadores de lacrosse de la Universidad de Duke. Nifong puede convertirse ahora en el acusado tanto en las denuncias civiles que puedan presentar los tres jóvenes cuyas vidas intentó arruinar, como en una querella criminal por obstrucción a la justicia y declarar falsamente ante un juez. Pero, además, existen muchos más que han quedado desacreditados por fomentar un ambiente de linchamiento cuando el caso saltó a la opinión pública el año pasado.
El New York Times, que publicó en portada y a gran tamaño las fotografías de los estudiantes de Duke, junto con incendiarias acusaciones contra ellos, y que se subía por las paredes en sus editoriales, publicó la expulsión de Nifong de la abogacía en su página 16.
Los 88 profesores de la Universidad de Duke que publicaron un anuncio histérico, apoyando a los bocazas locales que denunciaban y amenazaban a los estudiantes de Duke, aparentemente ahora no tienen absolutamente nada que decir sobre ese asunto. Pero no fueron sólo los profesores los que se unieron al linchamiento, también lo hizo la administración de la Universidad, que se deshizo del entrenador de lacrosse y canceló los partidos que le quedaban por jugar al equipo esa temporada sin que existiera ni un atisbo de evidencia de que alguien fuera culpable de algo.
Curiosamente, parece que nos encontramos en una de esas rarísimas ocasiones en las que Jesse Jackson no dice nada, pese a que apoyó públicamente los falsos cargos "de violación" el año pasado. Una activista pro derechos civiles local incluso tuvo el cuajo de increpar a la madre de uno de los estudiantes acusados en la audiencia de inhabilitación de Nifong, diciendo aún creía que eran culpables. Lo más triste y trágico de todo esto es que el movimiento de los derechos civiles, a pesar de su pasado honorable y valiente, ha degenerado durante los años en un chanchullo demagógico que ha terminado promoviendo el racismo descerebrado contra el que luchó en sus inicios.
Aunque el comité que inhabilitó a Michael Nifong dijo muchas cosas que hacía falta que se dijeran, terminaron liando las cosas al decir que Nifong podría haberse engañado a sí mismo antes de engañar a los demás. Nada de lo que hizo el fiscal del distrito Nifong sugiere que llegase a pensar que estos jugadores eran culpables o que en algún momento tuviera intención de llevarlos a juicio. La forma en que se presentaron las fotografías a la stripper fue tan distinta del procedimiento habitual que prácticamente era una invitación a que el juez desestimara cualquier identificación proveniente de ella; sin esa identificación, no había caso.
El problema es que la intención nunca fue ganar un caso, sino ganar unas elecciones. Nifong no podía permitir que se empleara un proceso de identificación como Dios manda para que la víctima identificase a sus presuntos agresores, o de lo contrario su falta de fiabilidad habría quedado en evidencia desde el principio, privándole de un caso que pudiera utilizar para obtener el voto negro en las elecciones. No existe ni la más mínima razón para creer que Nifong fuera engañado o se equivocara honestamente. No era ningún novato recién salido de la facultad de Derecho. Tenía décadas de experiencia como fiscal. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Tampoco el New York Times era precisamente un ingenuo novato en estas lides. Antes había respaldado las acusaciones fraudulentas de violación en el caso Tawana Brawley que hiciera Al Sharpton, una denuncia que tenía los mismos elementos políticamente correctos: una mujer negra acusando a hombres blancos.
Tampoco eran ingenuos los 88 profesores de la Universidad de Duke que fomentaron un ambiente de linchamiento. La mayor parte procedían de departamentos que promueven la visión del victimismo de "raza, clase y género". Este caso servía a sus propósitos. Eso se impuso a cualquier pregunta sobre si los cargos eran ciertos o no. No espere que nadie se disculpe o se retracte. Pero sea consciente de lo amplia y profunda que es su podredumbre moral. Que tales personas estén enseñando a estudiantes en una universidad de élite provoca escalofríos. Que fomenten en el campus un ambiente en el que la corrección política se impone a la búsqueda de la verdad es doloroso.
Desgraciadamente, actitudes y ambientes similares no son exclusivos de la Universidad de Duke, sino comunes en campus universitarios de élite. Es una bomba de relojería con potencial para destruir personas concretas y, en última instancia, socavar toda la sociedad.