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Antonio Robles

Savater, horizonte de Ciudadanos

Ciudadanos necesita una tupida red de agrupaciones y complicidades en toda España y un referente político e intelectual comprometido con el proyecto, capaz por sí mismo de darle personalidad ideológica

El 9 de junio de 2006, la Asociación Ciutadans de Catalunya, convertida ya en partido en su primer congreso constituyente, cambiaba de nombre en sintonía con su horizonte de futuro: extenderse a toda España y convertirse en un partido cuyas señas de identidad fueran la regeneración democrática, la igualdad de todos los españoles en derechos y obligaciones y la denuncia de los excesos nacionalistas.

No fue idea general, hubo resistencias, pero el paso de los meses ha convencido a todos de la necesidad de un partido bisagra capaz de ofrecer sus escaños a los dos partidos nacionales mayoritarios (PP o PSOE) para evitar el chantaje de los nacionalistas.

Ese propósito primero, sin embargo, era una quimera mientras no demostráramos si realmente éramos algo en el ámbito autonómico de Cataluña. Pronto saldríamos de dudas: el 1 de noviembre de 2006 las elecciones autonómicas catalanas nos dieron tres diputados. Ahora sí podríamos soñar con la quimera de un partido nacional.

Desde entonces, se han ido creando agrupaciones a lo largo y ancho de la geografía española: Madrid, Sevilla, Málaga, Valencia, Pamplona, Zaragoza, Salamaca, León... El objetivo es hacer una tupida red de agrupaciones capaz de darnos realidad en toda España. Sin embargo, el revés sufrido en las municipales nos ha situado en la realidad. No es fácil crear un partido, más difícil hacerlo real e infinitamente más complicado mantenerlo a salvo de los ataques directos e indirectos de los intereses políticos y nacionalistas consolidados. Sumado a ello, y quizás aún más difícil, la vertebración de un partido no nacionalista nacido en Cataluña por problemas específicos (lengua e identidad) con una ideología no definida o, si quieren, difícil de asumir por todos la que está definida en su ideario (liberalismo progresista y socialismo democrático), convierten la empresa en un encaje de bolillos.

He comprobado en su corta vida que la gente que se acerca y se entusiasma por este proyecto es muy variopinta, a veces contradictoria entre sí, casi siempre sin tener claro cuál es la naturaleza más generalizada de Ciudadanos. Y eso no sólo no facilita las cosas, sino que incluso puede desvirtuar completamente el proyecto inicial. La razón de este torrente espontáneo, precipitado y diverso tiene mucho que ver con una larga acumulación de agravios democráticos contra una práctica política quebrada después del entusiasmo adolescente de la transición. Frustraciones, impotencias, desilusiones, nuevos ideales... un sinfín de encantamientos personales quebrados que han visto en Ciudadanos su última oportunidad o una nueva ilusión. Y mezclados en el alboroto, idealistas, ilustrados, ecologistas, altruistas e incluso arribistas, fracasados y listillos en busca de cacho. Todo en el mismo río, aquel de la ganancia de pescadores.

Adobar tantas energías y tan diversas sin ideario diáfano y autoridad para hacerlo respetable se me antoja tarea enrevesada. Por ello, el primero de los problemas de Ciudadanos para convertirse en algo más que una anécdota electoral autonómica ha de ser la definición de un referente vital capaz de servir de faro y sincretismo para esa diversidad.

En Cataluña ese referente habría de ser el espacio de centro izquierda. No hablo de ideología, sino de espacio. En él podrían y deberían convivir liberales y progresistas de izquierdas enriqueciéndose mutuamente. Ese espacio de centro izquierda sería la referencia de cualquier ciudadano de Cataluña que acepte las reglas básicas del Estado del Bienestar y, sobre todo, de los ciudadanos traicionados por el partido de los socialistas de Cataluña y los centristas incómodos con la tibieza de los populares. Nadie desplazará esa realidad de votantes si el espacio de Ciudadanos se confunde con el espacio del Partido Popular de Cataluña. La criminalización del PP llevada a cabo por el nacionalismo ha convertido a cualquier idea o partido político sospechoso de ocupar ese espacio en inservible. Sin un plus de autoestima política, el votante acomplejado del cinturón carece de coartadas para acercarse, sumarse o declararse abiertamente seguidor de Ciudadanos.

Con el fogonazo de los intelectuales, la autoestima inundó instintivamente razones y corazones. Y se consiguió lo imposible, que miles de personas progresistas se sintieran orgullosas de votar a Ciudadanos. Sin embargo, esto se ha diluido según el fulgor de los Boadellas, Azúas, Carreras, Arcadis, Ovejeros etc. se ha ido desdibujando en la vorágine del tiempo y empezó a tener éxito la propaganda del oasis mediático extendiendo el infundio de que Ciudadanos era una copia del PP. El proyecto ilustrado y laico, de formas políticas espontáneas, capaz de huir del conservadurismo moral y político de la derecha y del nacionalismo lingüístico y cultural de la izquierda, se ha retraído al sentirse blanco de nuevo de la fealdad política.

Ante ese revés hay dos salidas: asumir el envite y sus consecuencias (reparen en las dificultades del PP) o hacer el esfuerzo político diario de situarse en ese espacio de centro izquierda que facilite a miles de ciudadanos acercarse a nosotros sin miedo a ser estigmatizados. Sólo así tenemos una oportunidad de erosionar al PSC y ganarnos el voto de la abstención. Y de paso, ensanchar el perímetro de la política no-nacionalista allí donde el socialismo la construye.

Sin esa nueva frontera, ni este partido ni ningún otro podrá jamás disputarle la hegemonía social y política al nacionalismo. Pelearle los votos al PP es un error: No ampliaríamos el perímetro del voto no nacionalista y el que ya existe lo dividiríamos. Mientras tanto, los medios de comunicación cercanos a la derecha posiblemente nos maltratarían tanto como los medios nacionalistas. Sin contar con la posibilidad de la vuelta a Cataluña de un Vidal Cuadras, que dejaría inmediatamente vacías las arcas de quienes se han acercado a Ciudadanos porque el PP de Piqué es demasiado condescendiente con el catalanismo.

Ese espacio de centro izquierda debe unir a liberales y ciudadanos de izquierdas en un proyecto sincrético, no sectario, capaz de atreverse a pedir la reforma de la Constitución justo en la dirección contraria a los nacionalistas, poner por ley la limitación de mandato y las listas abiertas, recuperar competencias en educación, cerrar el modelo autonómico, pactar una ley de educación y firmar un pacto nacional contra el terrorismo a 20 años vistas por encima de coyunturas políticas partidistas. Hacer una ley de lenguas del Estado para evitar el abuso de gobiernos nacionalistas y regenerar la vida política de España entera serían el inicio de una batería de nuevas ambiciones sin complejos, que pondrían a prueba la autenticidad democrática de la sociedad española, pero la liberarían también de la fatalidad nacionalista.

Para tan ingente tarea, Ciudadanos necesita una tupida red de agrupaciones y complicidades en toda España y un referente político e intelectual comprometido con el proyecto, capaz por sí mismo de darle personalidad ideológica, además de confianza a los afiliados y futuros votantes.

Si Albert Boadella, Iván Tubau, Arcadi Espada, Xavier Pericay, Francesc de Carreras, Félix de Azúa y Félix Ovejero fueron referentes en Cataluña, ahora habrían de serlo Fernando Savater y Rosa Díez para toda España. Con un añadido, Rosa y Savater no han de ser sólo referentes, han de encabezar la rebelión democrática de Ciudadanos. Con ellos, el espacio ideológico dejaría de ser problema porque sus propias biografías constituyen una cosmovisión compartida por millones de españoles. Con ellos, la marca del territorio sería tan evidente que muy pocos se confundirían a la hora de acercarse y sumarse al proyecto nacional. Cuestión no menor para hacer cuajar un referente nítido y acogedor.

Las elecciones generales están a la vuelta de la esquina; sólo la generosidad, la capacidad de acoger y darse, de crear junto a otros un proyecto constitucionalista nos puede dar una oportunidad para presentarnos con éxito. De otra manera, el fracaso no será de quien lo relata sino de quien lo construye.

Ciudadanos nació para devolver a las ideas su capacidad de hacer cambiar la realidad frente a siglas y dogmas ideológicos. Las votaciones parlamentarias en bloque son una aberración propia de un sistema caduco y sectario donde los intereses de partido son un fin en sí mismo. Y sus intereses casi nunca coinciden con los de la sociedad representada.

Antes que aparato, Ciudadanos ha de ser un proyecto al servicio de la sociedad. Tenemos la primera oportunidad para demostrarlo. Basta ya de profesionales de la política... viejos y de nuevo cuño.

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