Leí en un anuncio sobre niños pobres de una ONG: "Tienen derecho a ir al colegio. Colabora con nosotros, porque la educación es la herramienta más poderosa para acabar con la pobreza".
Todo esto es tan políticamente correcto que nadie osaría cuestionar su veracidad. Y sin embargo, como diría el maestro Yoda, dudoso es.
Si la educación acabara con la pobreza, habríamos dado con la piedra filosofal y el bálsamo de Fierabrás. Todo sería enormemente sencillo: habría que quitarle a la gente el dinero y dedicarlo a la educación. Y así se acabaría con la pobreza. Fácil, ¿no?
Pues no. Lo que acaba con la pobreza es el trabajo de los pobres que quieren dejar de serlo, y para potenciar ese trabajo se necesita paz, justicia y libertad, no inversiones forzadas en educación, ni en I+D+i, ni en nada.
La idea de que si aumenta el gasto en educación aumenta la riqueza puede ser exactamente falsa, en el sentido de que primero debe aumentar la riqueza y después la gente invierte en educación. Pero esa prioridad tiene que ver con la libertad, y por eso es detestada por el pensamiento único, que no concibe que los ciudadanos puedan prosperar por su propio esfuerzo, en cuyo caso habría que dejarlos en paz y no fastidiarlos.
Esa noción obligaría a revisar los grandes dogmas de nuestro tiempo, por ejemplo, el "derecho a la educación", que en la práctica significa suprimir la libertad y que el Estado usurpe nuestros bienes y la capacidad de decidir sobre la educación de nuestros hijos.
Nada es perfecto, ni perfectamente malo. En el mensaje de la ONG hay una parte potente y liberal: "Colabora con nosotros". Sólo le falta percibir que colaborar a la fuerza no es colaborar.
