Dudo de que los jerarcas del ministerio de Educación sepan el significado de la objeción de conciencia para la construcción del sujeto ciudadano de una democracia desarrollada. También dudo de que conozcan el significado del primado de la conciencia en la historia moderna para la emancipación del individuo. Y, por supuesto, dudo de que les interese algo el perfeccionamiento del individuo a través de la educación, un concepto que ellos han reducido a mero didactismo sin otra función que socializar a los jóvenes en las perversiones del presente. Por el contrario, quienes están movilizándose para que se les reconozca el primado de la conciencia están dando una genuina lección de ciudadanía democrática.
Quienes sigan esa lección han de saber que el camino es duro. Es un camino ciudadano, porque nadie con conciencia se acostumbrará a convivir con gentes, salvajes, que no respetan la principal conquista del siglo XVIII, a saber, la conquista de la emancipación de los individuos a través de la extensión y secularización de uno de los más grandes legados de la cultura cristiana: la libertad de conciencia. Ésta ha quedado cuestionada por los imperativos de una concepción totalitaria de la educación socialista que pone al Estado por encima del individuo. Así lo evidencia las declaraciones despreciativas de la ministra de Educación contra quienes se niegan a cursar la asignatura por motivos de conciencia.
He ahí la principal prueba para pensar que este Gobierno sólo le preocupa la trampa de los nombres, o sea, el populismo barato, que confunde consigna con educación y siervo con ciudadano. Resulta terrible que al proceso de creación de consignas para siervos, para gentes sin conciencia de ningún tipo, este Gobierno le llame Educación para la ciudadanía. La reacción de la ministra de Educación ante quienes se niegan a cursar la asignatura de Educación para la ciudadanía por motivos de conciencia revela que esta mujer desconoce las bases mínimas de la compleja y política noción de ciudadanía. Por fortuna, la lección de ciudadanía, o mejor, de educación para la ciudadanía que están dando los objetores de conciencia y los que llaman a la desobediencia civil ante la nueva asignatura impuesta por el ministerio de Educación, debería ser el hilo vertebrador de esa materia en todos los centros educativos.
Son estos objetores de conciencia primero, desobedientes civiles después, el paradigma de la ciudadanía democrática. Por el contrario, la reacción de la ministra y sus cómplices, entre los que se cuentan perpetradores de manuales groseros y publicistas de miserias, despreciando la primacía de la conciencia individual y el deber ciudadano de rebelarse ante leyes injustas, tendría que ser la otra cara de la moneda, la parte negativa, de la nueva asignatura. Es un atentado, sin duda alguna, a la ciudadanía española despreciar su sacrosanto derecho a no aceptar una norma, o una acción, por motivos de conciencia. Sin ésta es imposible hablar de ciudadanos. Sin la admisión de la idea de objeción de conciencia nadie puede hablar de educación para la ciudadanía. Acaso por eso, por no reconocer la libertad subjetiva, la libertad de conciencia de los individuos, la nueva asignatura, según se desprende de los Decretos de contenidos mínimos de la asignatura elaborados por el Ministerio de Educación, no contempla el estudio de la objeción de conciencia y la desobediencia civil.