El 17 de mayo de 2003, Sandra Palo fue secuestrada, violada, atropellada y quemada viva por cuatro individuos. Tenía 22 años de edad. Sus asesinos y torturadores eran del "género masculino", como dirían nuestras doctas feministras. Sin embargo, entre las más conspicuas asociaciones dizque feministas, redes contra la violencia dizque de género y mujeres dizque progresistas, buscará en vano el lector algún pronunciamiento sobre el caso. Tampoco encontrará, por supuesto, muestra alguna de respaldo o de afecto a la familia de la víctima en su larga e infructuosa búsqueda de apoyos. Hete aquí a unos grupos que se precian de luchar contra los malos tratos y abusos del macho contra la hembra, absoluta y clamorosamente ausentes en un atroz suceso de agresión sexual y violencia contra una mujer.
No puedo decir que he echado de menos su voz o su presencia. Ni se me ocurre reclamarla. Y no por la inutilidad evidente. Es que supondría dar por cierto que las intenciones que proclaman los lobbies del feminismo de género son, en verdad, las que mueven sus campañas. Lo suyo no es un caso de libro de doble moral, sino de organizaciones fachada. De tinglados que sirven de correas de transmisión política e ideológica y que rigen su actividad por criterios ajenos a los objetivos que sitúan en su frontispicio retórico. No hay incoherencia, sino lógica en que las mismas que escupían fuego contra los críticos de la Ley de Violencia de Género permanecieran mudas ante las levísimas condenas a tres de los asesinos de Sandra y estos días mantengan su silencio ante la puesta en libertad de uno de ellos. Pues una cosa es el primer gran proyecto legislativo y propagandístico del Gobierno socialista y otra distinta, la amarga suerte de las víctimas. De esta guisa han funcionado siempre los "satélites".
Además, por absurdo que parezca, el asesinato de Sandra Palo no entra en la categoría de la "violencia de género", establecida con tanto ruido y furia como falta de rigor por las supuestas feministas. El concepto, y la Ley, apellidada Integral para más inri, se circunscriben a las agresiones y crímenes perpetrados por parejas o ex parejas. Las demás, que se las arreglen como puedan. Como ha tenido que arreglárselas la madre de Sandra. En solitario, a contracorriente y a riesgo de su integridad física, como cuando fue desalojada violentamente del Ayuntamiento de Getafe por orden de su alcalde entonces, el socialista Pedro Castro. La soledad, en todo caso, es preferible a según qué compañías. Y la de nuestras feministas de género no se la recomiendo.
Pero no hay peligro. Otros asuntos les ocupan, más interesantes, más simbólicos, más de género. Como la campaña Soy una osa. Con ese lema encantador se reunirán este jueves en Madrid para tributarle un homenaje al animal que adorna, junto al madroño, el escudo de la Villa. Y es que resulta que no es un oso, señores, sino una osa. Así, mientras la madre de Sandra espera angustiada la suelta de uno de los violadores y asesinos de su hija, las feministas de género compensarán a la osa con una placa por los largos años de olvido. Será todo un retrato y no de familia.