La diferencia está en que ETA no pretende engañar en su comunicado de alto el fuego como lo hiciera Hitler en Múnich con aquel papel. Tampoco Zapatero es un cándido irresponsable de buenas intenciones como pudiera serlo Neville Chamberlain. Zapatero sabe que está dando a ETA una de esas explosivas esperanzas que estallan si no se sacian; pero no le importa si, mientras ETA las constata, contribuye a generar una falsa ilusión de "paz" entre los ciudadanos que le ayude a ganar las próximas elecciones.
La mentira institucionalizada, Editorial de Libertad Digital, 24 de marzo de 2006
Tras la criminal advertencia de Barajas el pasado 30 de diciembre, ETA ha dado este martes definitivamente por concluida su tregua y su proceso de negociación con el Gobierno de Zapatero. A partir de ahora, la deriva involucionista emprendida por el Gobierno del 14-M y los separatistas no tendrá ni el falso atractivo ni la envilecida excusa de una "paz" que, por parte de ETA, no ha sido nunca sino la esperanzada obtención de los delirantes objetivos soberanistas y totalitarios por los que ha asesinado durante todos estos años; una esperanza que los terroristas fundamentaban en los compromisos previos y en el talante colaboracionista de un presidente del Gobierno que, ya antes de acceder al poder, emprendía una política de cesiones en el ámbito moral, político y legal ante el terror.
Desde hace años hemos hecho nuestra la máxima de Julián Marias de que "no se debe intentar contentar a los que no se van a contentar". Ahora bien, si Zapatero emprendió y ha mantenido la contraproducente y colaboracionista vía del apaciguamiento con el totalitarismo no fue porque incurriese en el error de creer que esa era la forma de lograr que ETA dejara definitivamente de matar. Lo que ha hecho Zapatero fue comprar a ETA, o creer que compraba, tiempo de "paz" para una legislatura encaminada a sellar las alianzas con el nacionalismo frente a un enemigo común como es y sigue siendo el Partido Popular.
El único error en el que ha incurrido la infamia de Zapatero ha sido el de suponer que sus criminales compañeros de viaje iban a ser más comprensivos, pacientes y gradualistas a la hora de cobrarse políticamente la coartada electoral de una aparente ausencia de violencia. El error que ha cometido Zapatero era el de creer que había pagado ya suficiente a ETA como para que la tregua le alcanzase a las próximas elecciones generales.
Nos llevaría más de un editorial reproducir sin más comentarios las concesiones morales, jurídicas y políticas del Gobierno de Zapatero que han brindado a ETA la posibilidad de recuperar las fuerzas y las esperanzas, así como su cobertura política y financiación pública.
Lo que queremos dejar ahora de manifiesto es que, ante un presidente que parece no dispuesto a asumir con la dimisión la precipitada evidencia de su errada infamia, rectificar ahora significaría tanto poner en evidencia su estéril traición como poner en valor una política verdaderamente antiterrorista a la que sólo ha permanecido fiel el Partido Popular. Por otro lado, negarse a rectificar supondría para Zapatero estar dispuesto a seguir de la mano de los nacionalistas al mismo tiempo que, en nombre del nacionalismo, se derrama nuevamente la sangre, incluida la de sus compañeros socialistas.
Lo más que puede hacer el nihilista Zapatero es capear el temporal, limitarse a abortar la excarcelación de De Juana o su alianza con los nacionalistas en Navarra, confiar en la tibieza del PP de Rajoy a la hora de criticar sus "errores", confiar en los medios de comunicación a la hora de ocultarlos y aspirar a obtener unos resultados electorales que, lejos de darle la mayoría absoluta y aun la simple mayoría, le permitan prolongar en La Moncloa la servidumbre ante un nacionalismo que reclamará nuevos pagos en un nuevo y envilecido "proceso de paz".