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Ignacio Villa

El desplome de una fachada

a comparecencia del presidente del Gobierno ha sido la confirmación de que Zapatero ha olvidado hace mucho tiempo el discurso político serio y sólido en la lucha contra el terrorismo al que le obliga su cargo.

El anuncio del final del alto el fuego de ETA no ha sorprendido a nadie. La tregua, pactada y negociada entre terroristas y socialistas antes de que se anunciara hace más de un año, fue dinamitada el pasado 30 de diciembre con el atentado de Barajas. En aquel momento Rodríguez Zapatero prefirió mirar hacia otra parte y no romper un alto el fuego que se había demostrado ficticio, para pasar de inmediato a humillar al Estado de Derecho con una larga lista de renuncias y concesiones a la banda terrorista.

Durante el periodo que ha durado el alto el fuego se acalló todo el discurso político que había mantenido el PSOE contra el terrorismo, se trató con guante de seda a Arnaldo Otegi, se cedió al chantaje del etarra De Juana Chaos, se dejó volver a las instituciones democráticas a ETA-Batasuna, se insultó al Partido Popular, se laminó el pacto por las libertades, se dejó de aplicar la ley de partidos, se abrieron las puertas de las instituciones europeas a los etarras y se puso patas arriba todo el trabajo de los demócratas, que durante años habían fabricado diques y murallas de contención contra aquellos que querían destruir nuestras libertades y nuestra nación.

Después de capitanear esta larga lista de renuncias, Rodríguez Zapatero ha amanecido este martes 5 de junio con el anuncio oficial de un final anunciado. Su reacción ha sido la que cabía esperar de un presidente del Gobierno superado por los acontecimientos y atenazado por sus debilidades. La comparecencia del presidente del Gobierno ha sido la confirmación de que Zapatero ha olvidado hace mucho tiempo el discurso político serio y sólido en la lucha contra el terrorismo al que le obliga su cargo. Se encuentra ahora sin recursos ni mecanismos para reaccionar. Lleva tanto tiempo en el juego de la rendición, con sus diálogos de la nada y conversaciones de humo, malgastando todas sus energías atacando al Partido Popular, que ahora de pronto se ha quedado sin nada. Es un presidente hundido, perdido y desfondado.

La intervención pública de Rodríguez Zapatero ha carecido de contenido político, fuelle y línea argumental. En ningún momento ha dado la imagen de seguridad y fuerza que los españoles necesitaban. No hemos visto a un presidente dispuesto a afrontar con valentía, con sensatez y con sentido común la nueva situación. No sólo ha evitado hablar de la necesaria colaboración con el Partido Popular, sino que ha eliminado de su vocabulario el concepto "lucha antiterrorista", pese a que los etarras han anunciado que vuelven a hacer lo que saben hacer. En definitiva, este 5 de julio nos hemos encontrado con el rostro que mostraba al público el presidente del Gobierno no era más que pura fachada de cartón piedra, y que detrás de ella no hay más que un ególatra que se creía capaz de solucionar todos los problemas del mundo pero que, al final, se ha topado de bruces con la realidad. Lo que hay que preguntarse ahora es cómo va a salir del agujero en el que él mismo se ha metido, porque lo único claro es que para Zapatero rectificar no es una opción.

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