El juez Gómez Bermúdez se detuvo delante del banco improvisado a las puertas de la sala del juicio.
- Anímese a apostar, buen hombre. ¿Dónde está la bolita de DNT?
Tres semiesferas de cuero gastado estaban dispuestas de manera más o menos regular sobre el tablero de aglomerado. El trilero, vestido con uniforme de policía, miró a Bermúdez con sus ojos escrutadores, calibrando la presa. Por uno de los bolsillos del uniforme asomaba un microscopio. Movió las manos rápidamente unas cuantas veces, intercambiando los cubiletes. Cada dos o tres movimientos, levantaba ligeramente uno de ellos, dejando ver una bolita de dinitrotolueno. "¡Qué estupidez!", pensó Bermúdez. "¡Es muy fácil!". El juez se rebuscó en los bolsillos y sacó el dinero suelto que tenía.
- ¡Aquí!, dijo señalando el cubilete de la izquierda.
El trilero levantó el cubilete y lo que apareció fue un papel que decía: "Busca en las cubas y conductos de la fábrica". Bermúdez torció el gesto, contrariado. Antes de que pudiera pararse a reflexionar, el trilero comenzó de nuevo a mover rítmicamente los cubiletes. ¡Ahí estaba de nuevo la bolita! Bermúdez siguió con los ojos las evoluciones de las manos. Se había empezado ya a formar un corro de curiosos.
- ¡Está aquí!, dijo retador, señalando el cubilete de la derecha al tiempo que sacaba de la cartera los billetes que tenía.
La mano sorprendentemente delicada del trilero levantó el cubilete que Bermúdez indicaba. Lo que apareció fue, de nuevo, otro papel, donde podía leerse: "Busca en el fango de las minas asturianas". Uno de los espectadores, cuya cara le recordó al juez al mono de Anís del mono, se rió estruendosamente, al tiempo que le propinaba pequeños codazos. Una vocecita interior le decía a Bermúdez que debía largarse, que no iba a poder ganar nunca, porque allí había truco, pero aquella risa le había herido en su orgullo. ¡Qué tipo más desagradable! Las manos del trilero volvían a moverse.
Después de un momento de vacilación, se quitó el anillo del dedo, señaló el cubilete del centro, vaciló y levantó finalmente el de la izquierda. Apareció un nuevo papel: "Busca dentro del armario de los Tedax". Se dio cuenta de que estaba atrapado. Ya no había forma de parar. Un mantero con pinta de periodista apesebrado vendía CDs piratas de reivindicaciones yihadistas al otro lado de las escaleras, pero nadie parecía hacerle caso. Se hurgó en los bolsillos buscando alguna otra cosa de valor, pero no encontró nada. Los ojos del trilero se fijaron en su toga mientras los cubiletes seguían su marcha, dejando ver la bolita de cuando en cuando. Bermúdez comprendió y se quitó la toga, que depositó a un lado del tablero. Sus ojos se movían al ritmo de las manos.
Levantó el cubilete del centro y un murmullo de voces y risotadas se elevó del coro de espectadores. Esta vez, el papel decía: "Busca por debajo del umbral de detección".
Bermúdez se dio cuenta de que le habían limpiado. El trilero, conseguido el objetivo, comenzó a levantar el tenderete. Introdujo los cubiletes dentro de una bolsa de plástico, que metió dentro de un sobre; guardó el sobre en otra bolsa de plástico que introdujo en una caja de cartón. Finalmente, metió la caja en otra bolsa, guardó la bolsa en un armario de chapa y se echó el armario al hombro. Bermúdez, limpio ya del todo, dejó de oír las voces a su alrededor y se volvió para subir las escaleras de entrada. "¿Cómo explico yo ahora que me han levantado hasta la toga? ¿Cómo corto yo ahora a los abogados?".
Abrió la puerta del edificio y se encaminó hacia la sala, pero el guarda de seguridad le detuvo, al verle sin su indumentaria habitual.
- Identificación.
Bermúdez fue a echar mano de la cartera, y en ese momento se dio cuenta de que se la había levantado el tipo de Anís del mono, con todas las tarjetas de crédito.
- Lo siento, dijo el guardia, sin identificación no pasa.
El guardia pulsó un botón y comenzó a sonar una alarma. El sonido le resultó familiar a Bermúdez. ¿A qué le recordaba? El juez Gómez Bermúdez se incorporó de un salto en la cama, cubierto de sudor. A su lado, en la mesilla, el despertador se desgañitaba, diciéndole que había llegado la hora de levantarse para acudir al juicio. "¿Dónde está el dinitrotolueno?", pensó el juez.