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A esto llaman no interferir en la campaña

Claro que quizá sean esos escrúpulos respecto a los procesos electorales los que llevaron a Rubalcaba, hablando en nombre del secretario general de su partido, a violar la jornada de reflexión el 13 de marzo de 2004.

Zapatero se apunta a la doctrina Conde Pumpido. O, conociendo a ambos personajes, seguramente haya sido el fiscal general del PSOE quien simplemente se limitó a obedecer órdenes. Si el insigne jurista aseguró que interrumpía las investigaciones de casos de corrupción para no interferir en la campaña electoral justo en el momento en que se destapaba el maloliente y muy socialista caso Ibiza, ahora el presidente del Gobierno ha afirmado que no acude a Alcázar de San Juan, la localidad más afectada por el temporal, por la misma razón.

Tamaña exquisitez choca en un presidente siempre dispuesto a cometer cualquier inmoralidad con tal de conseguir votos, incluyendo la rendición ante la ETA. Quizá es que teme que se repita la escena que vivió en el pueblo de su abuelo; unos abucheos parecidos en la visita a una zona tan afectada serían difíciles de ocultar incluso para TVE. Y para que no se piense que pensamos con malicia, fíjense que los escrúpulos presidenciales no han impedido que, a dos días de las elecciones, el Consejo de Ministros apruebe un paquete de ayudas urgentes sin que se hayan podido valorar los daños ni cuantificar, por tanto, cuánto van a costar realmente.

Lo lógico hubiera sido esperar a que se pudiera estudiar qué se ha perdido y cuánto cuesta para poder aprobar esas ayudas, pero claro, eso hubiera pospuesto la decisión, publicitada a bombo y platillo en todos los medios adictos. Y es que incluso si creyéramos a la vicepresidenta, actividad poco recomendable, tendríamos que concluir que el Gobierno ha actuado de mala fe, pues el que Zapatero haya pospuesto la visita demuestra que "el presidente es extremadamente respetuoso con los procesos electorales". Luego en pura lógica aristotélica, el anuncio de las ayudas no los respeta.

Claro que quizá sean esos escrúpulos respecto a los procesos electorales los que llevaron a Rubalcaba, hablando en nombre del secretario general de su partido, a violar la jornada de reflexión el 13 de marzo de 2004. O a organizar botellones anti-PP este mismo sábado para continuar con la costumbre. O a pedirle a ETA, por favor, pero por favor de verdad, que no se dediquen a estropearles la campaña publicando los apaños del PSOE y la banda terrorista, en un acto más de humillación del Estado de Derecho del que, querámoslo o no, ostentan actualmente la representación.

Pero anunciar que se va a hacer algo y actuar exactamente en sentido contrario es algo a lo que la izquierda nos tiene acostumbrados. Eso sí, no estaría de más que la repulsa a esa rendición calificada de paz, a la venta a plazos de la unidad de la Nación a la que llaman España plural, a la pérdida de poder adquisitivo que consideran parte natural de una economía en crecimiento y a la destrucción de la enseñanza que intentan convencernos que es en realidad una educación pública de calidad, entre otras muchas razones, tuviera su refrendo en las urnas. Porque, lo quieran reconocer o no al cierre de la campaña electoral, los resultados del domingo se interpretarán en clave nacional; algo que cada votante habrá que tener en cuenta a la hora de evaluar qué papeleta echa en la urna. No sólo importan los nombres que figuran en las listas a ayuntamientos y comunidades autónomas. Razón de más para que el Gobierno interfiera todo lo que pueda.

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