Que los alumnos hablen de usted a los profesores o se pongan de pie a su entrada en el aula, tal y como recientemente ha propugnado el nuevo presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, no supone más que una merecida muestra de respeto y reconocimiento a la valisiosísima función que desempeñan los maestros y una reivindicación, también en su aspecto formal, de algo tan fundamental en la educación como es el valor de la disciplina.
No hay que extrañarse, sin embargo, de que quienes han degradado la enseñanza y muestran su desdén por la exigencia y por el esfuerzo caricaturicen también estos otros valores, tal y como ha hecho el candidato socialista a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Rafael Simancas, quien ha asegurado que Esperanza Aguirre "quiere que los madrileños tengan muy claro desde bien jovencitos quiénes están llamados a mandar y quiénes están llamados a obedecer". No contento con esta grosera muestra de confusión entre disciplina y servilismo, Simancas la ha rematado con la demagógica cursilería de que su objetivo es que "los jóvenes no tengan que arrodillarse ni ante la nobleza, ni ante el poder, ni ante el dinero".
Ante reflexiones de semejante altura intelectual, hechas poco después de que la guía pedagógica Alí Babá y los 40 maricones haya dejado en evidencia lo que los socialistas entienden por "Educar en valores", cabe preguntarse si el resentido y torpe intento de ofender a su contrincante es lo único que Simancas puede añadir a semejante modelo educativo.