Muchas veces se ha dicho que este PSOE de Zapatero no tiene programa ni ideología. Otros, en cambio, aseguran que este Gobierno tiene en la destrucción de España un objetivo claro y definido. Ninguna de las dos afirmaciones es del todo correcta. Efectivamente, la izquierda española no tiene una ideología precisa, si como ideología entendemos un conjunto de ideas coherente y definido que guía la acción política. Es cierto que es difícil hacer más en menos tiempo en lo que se refiere a romper nuestra Nación. Sin embargo, el PSOE sí tiene un programa definido y claro, en el que el destino de España es sólo un producto secundario: acabar con el PP. Hacer, desde el Gobierno, oposición a la oposición.
Zapatero, después de dos años en los que aparentó estar renovando la izquierda española, convirtiendo al PSOE en un partido socialdemócrata del estilo de los que gobiernan en otros países de Europa, dio un cambio radical a su estrategia con la defenestración de Redondo Terreros, el apoyo a la huelga general, la utilización de la catástrofe del Prestige y, sobre todo, la postura contraria a la guerra de Irak. Al hacerlo buscó el apoyo de los partidos nacionalista y de Izquierda Unida, con el objeto de formar un frente anti PP, que cristalizó en el pacto del Tinell. Y así llegó el 11 y, sobre todo, el 13-M, y con él un poder para el que no tenía más programa ni nexo de unión con los demás partidos que el rencor contra Aznar y la derecha.
En el poder han adoptado algunas medidas socialistas, como la ley del suelo, o socialdemócratas, como la ley de dependencia. Sin embargo, no es eso lo que venden en sus mitines y su campaña. Bajo el lema "Haremos más" que, según José Blanco, en el punto de mira del caso Ibiza, se cumplirá "precisamente porque miramos adelante", han iniciado la campaña utilizando Irak y el 11-M. Parece una extraña decisión si, como siempre se dice, España es un país con un electorado escorado a la izquierda, a no ser que los mandamases del PSOE hayan visto que, para sus votantes, lo único que importa es oponerse a la derecha, porque no pueden valorar si los programas para las elecciones o las decisiones tomadas en el Gobierno corresponden a una ideología tan dominante en la práctica como derrotada en el campo de las ideas.
Hasta cierto punto, no deja de ser un problema compartido por buena parte de la izquierda en el resto del mundo occidental. Tras el derrumbe del muro y la creciente desconfianza en el Estado del Bienestar socialdemócrata en unas sociedades que ya no son las mismas, ni demográfica ni culturalmente, que las que existían cuando se construyó, la izquierda ha pasado a defender una coalición de intereses minoritarios que se alejan notablemente de su supuesta posición como defensora de un proletariado que ya no es lo que era. Mientras, la derecha liberal-conservadora ha ganado posiciones y logrado imponer una parte de sus tesis como discurso obligado de cualquiera que quiera ganar las elecciones, especialmente en el terreno económico. Es normal que, en ese contexto, la izquierda esté desorientada y acuda a sus votantes con el único marchamo de no ser de derechas, pues la etiqueta es casi ya lo único que puede ofrecer.
Sin embargo, ningún dirigente socialdemócrata europeo ha llegado a los extremos de Zapatero en su intento de destruir, que no vencer, al adversario. Especialmente estando en el Gobierno, como lo está él. Tirar por enésima vez de Irak y el 11-M demuestra una debilidad y falta de confianza en su propio ideario que las encuestas no parecen sugerir aún. Quién sabe si las cocinas socialistas saben algo que nosotros desconocemos.