Con los dos grandes partidos empatados en intención de voto (ver Demoscopia), conviene detenerse a reflexionar. Comienza una carrera de medio fondo con Rajoy y Rodríguez en la misma línea de salida, sin ventajas. O mejor dicho, con las ventajas compensadas. Cuenta Rodríguez con la superioridad mediática, incluyendo el control del mejor diario de todos, que es el BOE. Cuenta Rajoy con el apoyo de medios de influencia notable y creciente. Si bien, con excepciones, los periodismos liberal y conservador tienden a prestar apoyos más críticos; a sus profesionales no suele agradarles el toque de silbato.
La superioridad mediática de la izquierda se refuerza con la lucha descarnada entre los medios de la llamada “derecha”, entregados en más de un caso a cálculos y apuestas personales. ¿No ven que pujar por un sustituto de Rajoy supone darlo por prematuramente amortizado?
Las ventajas del gallego son de otro tipo. Las ha exhibido sobradamente durante toda la legislatura. Se trata de la calle, aunque formalmente el PP sólo haya convocado una de las grandes concentraciones. A pesar de su antiguo temor a la gente (a su gente), ha acabado comprobando que puede sacar a un millón sin desorden. Ha quedado probado que la España liberal y conservadora se conduce en las manifestaciones con exquisitez.
Luego están las causas que va a defender cada cual, causas que mueven al votante y que a la postre provocarán decisivos cambios de actitud. Ahí, todo el pescado que tenía que vender la izquierda ya lo vendió, y estaba podrido: cantinelas antiamericanas, falsedades ecológicas y violentos pacifismos. Y la explotación oportuna (demasiado oportuna) del 11-M. Por mucho que insistan, no parece que el limón se deje exprimir más. Ellos lo intentan y llaman, qué sé yo, ¡borracho! a Aznar. No cuela. Desempolvarán su amistad con Bush. Mala puntería: con Sarkozy, la progresía española se va a enterar por fin de que los mejores intelectos de su bando se pasaron hace tiempo con armas y bagajes al atlantismo desacomplejado. Si leyeran Libertad Digital lo habrían sabido antes.
Será un año de campaña electoral, con un presidente ocupado en disimular sus concesiones a la ETA y sus corruptelas triangulares, y con un aspirante defendiendo la Constitución y la aplicación de la ley. Y recordando la limpieza y eficacia de su etapa. Salvo que medien variables hoy ignotas, ganará Rajoy. Problema: si obtiene mayoría simple, volverán las complacencias con el nacionalismo, el hablar catalán en la intimidad, el ensalzamiento de Mas, aquel señor que iba al notario. Qué gran estadista, dirán. ¡Por no hablar de Duran! Uf, qué pesadilla.