El mundo está espantado por las últimas imágenes y los últimos datos sobre Darfur. Escalofriantes cifras de víctimas y desplazados han dado por enésima vez la voz de alarma sobre lo que ocurre en esta región sudanesa, allí donde se enlaza el África árabe y el África negra. La violencia sistemática de las fuerzas gubernamentales y de las milicias yanyawid contra la población civil ha llevado a la región a vivir su peor momento –si es que eso posible– desde que estalló el conflicto hace cuatro años.
Las primeras noticias sobre lo que allí empezaba a ocurrir no se produjeron hasta un año después de su estallido, en febrero de 2003. Fue el propio Annan, coincidiendo con la conmemoración del décimo aniversario del genocidio de Ruanda, quien advirtió sobre las primeras masacres e incluso sugirió la posibilidad de llevar a cabo una acción militar si fuera necesario. Desde entonces, los darfurianos le han estado esperando.
¿Y que ha hecho la comunidad internacional en todo este tiempo? Primero se enzarzó en un largo debate sobre su clasificación –¿genocidio, limpieza étnica, crisis humanitaria?– para concluir que constituía un crimen contra la humanidad. Luego vinieron unas cuantas condenas y hasta ocho resoluciones del Consejo de Seguridad, pero ninguna de ellas bajo el capítulo VII de la Carta de la ONU. Ahora están intentando llegar a un acuerdo con Jartum para que permita la entrada de 3.000 cascos azules, que se sumarían a 7.000 soldados mal equipados de la Unión Africana. En total tendríamos, como muy pronto en junio, 10.000 soldados intentando establecer la paz en una región del tamaño de Francia.
Pero no se trata sólo de un problema humanitario sino también de un problema político. Las atrocidades en Darfur se deben principalmente a la acción directa e indirecta del dudoso régimen islamista de Sudán. Además de simpatizar con numerosos grupos terroristas, compra armas a Rusia y recibe fuertes inversiones de China, al que vende el 70% de su crudo. De paso se asegura que el Consejo de Seguridad no apruebe un mandato más fuerte contra él.
Estados Unidos, cuyo Congreso fue el primero en declarar oficialmente que se estaba cometiendo un genocidio en Darfur, es el país que más ha presionado para encontrar una solución a la actual crisis, aunque no lo suficiente. La Unión Europea, por su parte, permanece expectante y se proclama como uno de los grandes donantes para Sudán. Los europeos quieren evitar a toda costa cualquier choque con el mundo árabe que ponga en duda su papel conciliador. Y la Liga Árabe defiende los intereses de los estados árabes, pero no de sus poblaciones.
Hoy por hoy en Darfur hay simplemente una terrible sensación de abandono. No se puede volver atrás pero aún habría tiempo para salvar a miles de personas. Lamentablemente, seguiremos diciendo "nunca más" durante muchos años.