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EDITORIAL

El día del ecologismo

El día en que los ecologistas opten por el mal menor que supone la energía nuclear, será el momento de empezar a escucharles, porque significará que han dejado de ser ecologistas para pasar a ser personas preocupadas por la ecología.

Todos los años, los ecologistas celebran un "Día de la Tierra" para convencernos de lo malos que somos y el daño que estamos haciendo al planeta. Como no podía ser menos, el protagonista de este año en que Al Gore ha ganado un Oscar y el IPCC está publicando sus resúmenes hechos por políticos para políticos es el calentamiento global. Así lo han demostrado en su manifestación en Madrid, en la que la demagogia de los defensores de hacernos regresar a la Edad de Piedra ha quedado expuesta una vez más.

Supongamos que es cierto que el calentamiento del último siglo, siete décimas de grado, está producido enteramente por la emisión de gases de efecto invernadero, producida por la actividad humana. Durante ese tiempo, esa misma actividad ha provocado que el PIB mundial haya crecido, según estimaciones, en un 1800%. Resulta difícil sostener que los problemas que pueda producir hipotéticamente el calentamiento global son más importantes que un aumento tan considerable de la prosperidad. Sobre todo porque el incremento de riqueza no es una cifra abstracta: se traduce en mayores esperanzas de vida y una existencia con menores necesidades primarias y mucho más llevadera gracias a los recursos destinados a hacérnosla más fácil.

Jerry Mahlman, del Centro Nacional de Investigaciones Atmosféricas de Estados Unidos, especulaba en la revista Science que frenar el calentamiento global requeriría de otros "30 Kyotos durante el próximo siglo". Y es que el protocolo, aparte de costarnos mucho, no soluciona nada. Incluso los ecologistas lo reconocen al exigir reducciones de hasta el 80% de las emisiones; el valor que le conceden es puramente simbólico, una base sobre la que avanzar en el futuro.

Las pretensiones de reducción de estos gases son, por otra parte, completamente absurdas. China y la India están creciendo económicamente a marchas forzadas y, con el aumento de su prosperidad y la reducción de la pobreza, han aumentado y aumentarán aún más sus emisiones. Obligarles a hacer otra cosa, aun si fuera posible, sería moralmente inaceptable, pues supondría condenar a la indigencia a cientos de millones de personas.

No se trata sólo de que tanto los futuros aumentos de temperatura como los grandes cataclismos propios del apocalipsis sean hipótesis de futuro que probablemente no ocurran. Es que la humanidad haría mejor en procurar prosperar, porque así estaríamos más preparados en el supuesto de que, finalmente, el apocalipsis llegara. Nuestros hijos y nietos dispondrán de mucha mayor capacidad para hacer frente al aumento de temperaturas, debido a la mejora tecnológica y al mayor capital acumulado.

La mejor prueba de que ni los ecologistas se creen que las emisiones de gases de efecto invernadero "son la principal causa del mayor problema ambiental al que se enfrenta la humanidad", como aseguraron en su manifestación en Madrid, es que siguen proponiendo el cierre de las centrales nucleares, que no emiten dióxido de carbono. El día en que dejen de hacer demagogia con unas energías "alternativas" que sólo producen electricidad cuando hace viento y el día es soleado y opten por el mal menor, será el momento de empezar a escucharles, porque significará que han dejado de ser ecologistas para pasar a ser personas preocupadas por la ecología.

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