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Ignacio Villa

María

María San Gil se retira temporalmente, pero volverá y lo hará con más fuerza que nunca. La supervivencia de la democracia y de la libertad en el País Vasco la necesita.

Este miércoles se anunció públicamente que María San Gil había sido operada de un cáncer de mama y que, por lo tanto, iba a permanecer por un tiempo apartada de la política para poder afrontar con tranquilidad la recuperación habitual en una operación de estas características. La presidenta del PP vasco ha preferido ser ella misma quien anunciara esta decisión. No ha sido una escena habitual en el escenario de la política, donde los problemas o contratiempos personales se esconden por miedo a que la propia imagen quede dañada, a las críticas o a las zancadillas. María San Gil, como tantas otras veces, como siempre, ha preferido afrontar su enfermedad con fuerza, con personalidad, con entereza, y ha dado las explicaciones oportunas a los medios de comunicación con una serenidad llamativa y un temple ejemplar.

Es verdad que las perspectivas médicas para María San Gil son excelentes y todos los informes médicos indican que esta enfermedad, que aparece cuando menos se la espera, está remitiendo. Pero también es cierto que la imagen de una María San Gil sonriente y serena explicando los motivos y las razones de su retiro temporal ha impresionado a todos. En la política esto no es lo frecuente, y María San Gil ha vuelto a demostrar que ella no es una política al uso. Y no lo es por su capacidad de defender sus principios sin ambigüedades y, al mismo tiempo, mantener siempre la prudencia. María San Gil ha sabido aguantar carros y carretas en la política vasca, ganándose así no sólo el respeto sino la admiración por su forma de hacer política desde la honradez, la defensa de los principios y la lucha por la libertad.

María San Gil ha afrontado siempre con serenidad las duras pruebas a las que nos somete la vida. No puede olvidarse que era ella quien estaba almorzando junto a Gregorio Ordóñez cuando fue asesinado de un tiro en la nuca por la banda terrorista ETA en un bar de la parte vieja de San Sebastián. Desde entonces ha sabido encarnar el espíritu de los demócratas vascos que saben que ante el terrorismo no se puede ceder, que no se puede aceptar ningún chantaje y que no se puede negociar ninguna salida política. María San Gil ha estado siempre atenta a las necesidades de la defensa de la libertad. No ha ocultado su tozudez en la política ni tampoco su valentía a la hora de hacer frente a los terroristas. Nunca se ha escondido. Y, desde luego, estoy seguro de que no lo va a hacer ahora. María San Gil se retira temporalmente, pero volverá y lo hará con más fuerza que nunca. La supervivencia de la democracia y de la libertad en el País Vasco la necesita.

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