Bien es sabido que los neocón son una especie tan envidiada como odiada, que a nadie deja indiferente. De la admiración de su supuesto poder en el Washington de George W. Bush se ha pasado ahora a la crítica y a la culpabilización, a veces personal, de los errores de la guerra de Irak. Quienes nunca les quisieron como inspiradores de la política exterior y de seguridad de Estados Unidos, Inglaterra y España, se alegraron con la salida de la administración americana de algunos nombres como Richard Perle, Libby, Douglas Faith o Paul Wolfowitz, amén de la derrota del PP en el 2004 y los problemas que acumula Tony Blair con parte de su partido.
El último disparo contra un neocón ha sido dirigido contra Paul Wolfowitz, a quien no se le perdona ni haber buscado una estrategia de hegemonía benigna para Estados Unidos desde finales de lo 80, ni querer cambiar las reglas de mal funcionamiento de la institución que preside en la actualidad, el Banco Mundial.
La munición, no obstante, se ha convertido en un auténtico tiro por la culata a tenor del documento hecho público por el comité de dirección del propio Banco. Pues en esas páginas queda patente que, lejos de haberse inmiscuido para lograr un aumento de sueldo de su pareja, la funcionaria del Banco Shaha Riza, fue el propio Wolfowitz quien dio a conocer su relación al ser nominado para el puesto, es decir, antes de tomar posesión del mismo y quien pidió al comité de ética de esa institución que le permitiera abstenerse de todo lo relacionado con su pareja para evitar un conflicto de intereses. Fue dicho comité quien le negó esa posibilidad, buscó la alternativa que consideró más adecuada para la señorita Riza: el aumento de sueldo y la comisión de servicio en el Departamento de Estado. Sólo cuando habían tomado la decisión se le pidió a Wolfowitz que diera las instrucciones pertinentes para que se ejecutara.
Salvo el Wall Street Journal nadie se ha hecho eco hasta el momento del documento que exonera a Paul Wolfowitz y que, en realidad, deja mal parado a quienes han filtrado interesadamente aspectos recortados de todo este asunto, a la burocracia del Banco, a la prensa y a los demócratas, ansiosos de más sangre neocón. En estas tareas de ocultación, distorsión, manipulación y mentira, la izquierda americana es tan perversa como la europea y española: sólo ellos pueden definir la verdad, siendo ésta lo que más les conviene en cada momento.
El único error de Wolfowitz ha sido pedir perdón por sus posibles errores, cuando no tenía nada de que disculparse, sino más bien al contrario. ¡Quiera Dios que el neocón de los tomates en los calcetines no haya sido transformado por el Banco Mundial en un maricomplejines más! Todo es posible para una institución que presta un dinero más caro que el mercado privado, cuya burocracia es inamovible y cuya sede, una vez que se logra traspasar la fachada que lo esconde, es indistinguible de un ministerio soviético.