Los atentados de Argel y Casablanca ponen negro sobre blanco algo que el gobierno español se empeña en negar, y la opinión pública, la europea y la española, parece decidida a ignorar. Y es que estamos en guerra. No porque nosotros lo queramos. Es que nos la han declarado los islamistas.
Hablar de guerra suscita dos reacciones. La primera consiste en achacar a quien utiliza el término el hecho mismo del que habla. Parece que el que pronuncia o escribe la palabra "guerra" la estuviera provocando. La segunda es más confusa, porque aun cuando hay quien acepta el hecho de que estamos en guerra, todavía piensa el hecho bélico en términos convencionales.
Lo primero es radicalmente falso. Los comunicados de Al Qaeda demuestran una y otra vez cuál es la intención del enemigo. La yihad no es otra cosa que la guerra, la guerra santa. Y el objetivo de Al Qaeda, que se está cumpliendo según demuestra lo ocurrido esta semana en Argel y Casablanca, es reconquistar el territorio que considera musulmán, arrasar la democracia liberal e implantar en los territorios reconquistados la sharía, la ley islámica.
La segunda cuestión es la nueva forma de guerra que plantean la estrategia y los objetivos islamistas. El problema fundamental es, en este caso, de orden interno. La guerra exige una movilización de la opinión pública contra el enemigo. La nueva forma de guerra requiere lo mismo, pero en un plazo mucho mayor. La guerra contra el islamismo no se ganará en unos años y con unas cuantas batallas. Será necesario un trabajo de mucho tiempo, que conllevará inevitablemente la democratización de aquellos países donde el islam, el despotismo y la corrupción sirven de caldo de cultivo al terrorismo.
Desde este punto de vista, el Gobierno de Rodríguez Zapatero no lo puede estar haciendo peor. Se retiró del frente iraquí, con lo que demostró su disposición a plegarse al dictado de los terroristas después de los ataques del 11 M. Ha dinamitado las relaciones con Estados Unidos, el único país capaz de hacer frente al islamismo. Se ha convertido en el mejor aliado de tiranías corruptas como la marroquí, que propician, por su sola existencia, el terror. Está negociando con los etarras, como está propiciando una Alianza de Civilizaciones que es, en rigor, un intento de exportar el diálogo con los terroristas. Y está empeñado en desmovilizar a la opinión pública, a la que intenta convencer que no pasa nada, que no hay guerra, ni siquiera terroristas.
Según la doctrina oficial, los atentados del 11 M fueron obra única y exclusiva del terrorismo islámico. Cabe preguntarse entonces a qué intereses está sirviendo Rodríguez Zapatero cuando niega que constituya un peligro aquello mismo que le llevó al poder.