Los de siempre han vuelto a ofrecer en público una radiografía de sí mismos. Los titiriteros de la guerra, los polichinelas del PSOE, los saltimbanquis de la política han salido de nuevo al escenario para hacer lo único que saben hacer: arremeter contra todo aquel que no coincida con su visión del mundo, contra todo aquel que discrepe con su idea totalitaria y excluyente de la política, contra la media España que no está dispuesta a someterse a la dictadura del miedo y de las amenazas.
Se creen propietarios de la verdad, dueños exclusivos de una democracia amordazada y jueces con poder de dictaminar quien tiene derecho a ejercer la libertad de expresión, cuando no son más que vendedores ambulantes de pensamiento único. Pueden decir y hacer lo que les venga en gana, que ni siquiera existe el derecho a criticarlos. Los demás ciudadanos no somos sino meros súbditos que debemos admirarlos con muda, ciega y sorda adoración, porque quien se salga del guión que leen obedientes se convierte en el objetivo de todas sus diatribas y sus insultos.
Este martes en Madrid se han vuelto a reunir estos botarates de la izquierda para hacer público un nuevo manifiesto que no incluye nada que se salga ni una coma del pensamiento único. Es bien triste que tantas personas que se creen importantes por su capacidad de pensar no sean capaz de desligarse a lo que se les dicta desde el Grupo Prisa y corean Moncloa y Ferraz. Demuestra el borreguismo imperante entre quienes se califican de izquierdas, ofreciendo una imagen entre grotesca y ridícula ante la opinión pública.
En la presentación de este nuevo manifiesto de los polichinelas del PSOE –ya hemos perdido la cuenta de los que llevan– no estaban muchos de los firmantes. Faltaba, por ejemplo, Almudena Grandes, la portavoz oficial en la manifestación que organizó el Gobierno después del atentado de Barajas. Quizá si se hubiera dejado caer por el acto, se le podría haber explicado donde guarda el fusil que dice que le gustaría utilizar cada mañana contra algunas voces de la radio. Nos gustaría saber donde lo guarda y si s uso forma parte de la reacción habitual de esta escritora cuando oye algo con lo que no está de acuerdo.
En resumen, que un manifiesto contra la "crispación" firmado por quien añora semejantes métodos contra los discrepantes es difícil que vaya a convencer a nadie. Los abajofirmantes de profesión están un poco pasados de rosca. Sus palabras ya sólo sirven para hacer méritos ante sus propietarios intelectuales.