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Pablo Molina

La escritora fusileta

Pero como los intelectuales e intelectualas de izquierdas son excesivos en todo, carecen de reparos para conjugar esta afición a la eliminación del discrepante con la participación de algaradas a favor de la fraternidad universal

Dice la autora de Las edades de Lulú que cada mañana fusilaría a dos o tres voces que le sacan de quicio. Suponemos que se refiere no sólo a las voces sino también a sus propietarios, pero tratándose de Almudena Grandes cualquier suposición sobre lo que en realidad quiere decir es demasiado aventurada. Cansada de disparar contra la gramática castellana en sus novelas, la autora de relatos pornográficos de baja intensidad lo hace ahora contra quienes no opinan como ella, aunque de momento sólo sea en sentido figurado. No obstante, si yo fuera una de esas voces que tanto parecen molestarle me cuidaría mucho de cruzarme con ella por la acera, no fuera que en un arrebato de ira democrática le diera por hacerme leer sus obras completas, experiencia de la que nadie ha podido recuperarse sin una larga cura de reposo.

Fusilar a los intelectuales de la derecha ha sido un pasatiempo muy cultivado por la izquierda, sobre todo en la Segunda República, cuyo tenebroso recuerdo evocan sin descanso sus herederos. En esto la autora demuestra respetar las tradiciones de sus mayores. En la checa de Bellas Artes, entre otros ejemplos, los intelectuales comunistas de la época dieron abundantes muestras de su facilidad para la delación y su de odio al adversario político. En aquel siniestro recinto "donde no existía el Estado de Derecho", como por otra parte ocurría en todos los organismos involucrados en la represión, se practicaron muchas atrocidades contra gente inocente. Por eso resulta chocante que quien se declara orgulloso sucesor de los protagonistas de aquel sucio episodio siga utilizando la misma dialéctica guerracivilista y pretenda hacerlo desde un plano de superioridad moral. El estrambote del caso es que se acuse de alimentar el odio y preparar una nueva guerra civil a aquellos a quienes la literata pornófila propone llevar al paredón.

Pero como los intelectuales e intelectualas de izquierdas son excesivos en todo, carecen de reparos para conjugar esta afición a la eliminación del discrepante con la participación de algaradas a favor de la fraternidad universal, la alianza de civilizaciones y la paz perpetua. Almudena Grandes, por ejemplo, es una tía perfectamente capaz de proponer por la mañana el fusilamiento –sólo retórico, espero– de unos cuantos periodistas de derechas y por la tarde irse de manifa solidaria a leer un manifiesto por la paz. Joder con la pacifista.

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