La manifestación convocada por los socialistas para el 17-M no responde a un rubalcabeño "sentimiento humanitario" ante las víctimas iraquíes, sino a la necesidad de responder a la movilización de la derecha. La política del gobierno Zapatero ha sembrado confusión y desilusión entre el electorado socialista. Y es muy posible que los votos prestados del 14-M no vuelvan.
La ocurrencia para paliar esto es resucitar los tópicos de la oposición socialista a Aznar entre 2002 y 2004. Y como manifestarse por el Prestige ya no es posible, sobre todo estando reciente el chapapote de Huelva, resucitan el "No a la guerra".
El anacronismo de la manifestación socialista contra la intervención en Irak es claro. La "resistencia" ante la "ocupación" ha dejado el paso al conflicto sangriento entre sunníes y chiíes, y al terrorismo yihadista. Volver al tópico de la "guerra ilegal" es absurdo. ¿O es que alguien piensa que si la intervención hubiera estado avalada por la ONU no habría una guerra entre la comunidad sunní y la chií? ¿O que el terrorismo no existiría? Debe ser que el miliciano del Ejército del Mahdi, o el yihadista de Al Qaeda, cuando comete un atentado, piensa que lo perpetra porque el Consejo de Seguridad de la ONU no autorizó la "guerra de Bush".
El disparate es mayúsculo. ¿En qué democracia de nuestro entorno un Gobierno y el partido que lo sostiene convocan una manifestación contra la oposición? Pero además, es que se excita a los manifestantes a ir a las sedes del PP a protestar con cacerolas. Este acto trasciende el mero ejercicio de un derecho constitucional: muestra la concepción totalitaria y exclusivista del poder, tanto como su desprecio al pluralismo. ¿Qué concepto tienen de la democracia los que basan su gobierno en el insulto a la oposición legal y en su exclusión sistemática?
Las banderas nacionales que se vieron en Madrid el 10-M, y las que se verán en Navarra el sábado 17, simbolizan la Constitución, la democracia y la libertad. No así las banderas rojas y republicanas con las que se engalana cierta izquierda, y menos las pancartas procedentes de la imprenta del 13-M, o las cacerolas.
Los socialistas deberían plantearse si el mejor argumento para defender una política hipotecada a la negociación con ETA-Batasuna es manifestarse contra la guerra de Irak. Y si la respuesta política más conveniente al mar de banderas nacionales son, al parecer, las cacerolas.