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Cristina Losada

Rubalcaba ante la fábrica de mártires

Los dirigentes socialistas han terminado por recordarles abiertamente los términos de aquel contrato a sus electores. Aquel en que ofrecían no provocar a los terroristas, no darles motivos, ser flexibles, dialogantes, comprensivos e indulgentes.

En Cambio de destino, Jon Juaristi cuenta las consecuencias que tendría la fuga de Julen Madariaga en 1960. Durante un control, un guardia civil mató a un joven empresario bilbaíno muy conocido, Javier Batarrita, al confundirlo con el fundador de la ETA huido. El incidente se interpretó en el entorno nacionalista como una agresión del franquismo contra los vascos. Años después, sigue Juaristi, "ETA elaboraría su estrategia de acción-represión sobre un supuesto que parecía basarse en la versión nacionalista" de aquel suceso: "a toda acción hostil contra la dictadura, ésta respondería con la represión brutal e indiscriminada, lo que elevaría la conciencia y disposición combativa del pueblo". Se había puesto en funcionamiento la fábrica de mártires, y ya no pararía. El terrorismo de aquí y de acullá se dedica, entre otras cosas, a mantenerla en marcha.

Al intentar explicar Rubalcaba la excarcelación de De Juana ha aceptado una parte sustancial de aquella lógica perversa: la idea de que los gobiernos les fabrican los mártires a las bandas terroristas. Pues ha dicho que el suyo tiene la posibilidad de no crearlos. Dejándose atrapar en un dilema que es falso de raíz, el presidido por Rodríguez ha optado por lo segundo. Decide soltar a uno de los serial killers de la ETA para evitar que los terroristas produzcan "mártires e iconos". Lo cual es un propósito que, de generalizarse, conduciría a abandonar toda política antiterrorista digna de ese nombre. Que es, precisamente, lo que ocurre. No hay manera de perseguir el terror sin proporcionar nuevo material para esa factoría. No digamos algo como los GAL. Una detención, un juicio, un encarcelamiento son suficientes. De modo que, según esta doctrina, todos los gobiernos democráticos que combatieron a ETA han contribuido a engrosar la lista de agravios, mártires y héroes de la banda y su entorno. A ZP, que ha descubierto ese Mediterráneo de la evitación, le parecerá que fueron poco inteligentes.

Todos los "evitar" que pronunció Rubalcaba, y que parecían los tres jamases de Prim, constituían, bien oídos, una apelación a los votantes del PSOE el 14 de marzo de 2004. Evitar males mayores, evitar que se estimule el odio y el enfrentamiento social, evitar los mártires; es un compendio del programa con el que Zapatero triunfó entonces. Y no sólo eso. Enuncian en sermo vulgaris la actitud "progresista" ante el terrorismo. La que dicta que combatirlo es peligroso porque se atiza el odio y se engendra más terrorismo. Que es lo que dijeron tantos después del 11-S y siguen diciendo sobre Irak. Lo que tantos han dicho en España en voz baja o con altavoz: ¡dialoguen! Y lo que se suscribió tácitamente, oscuramente por unos, claramente por otros, al votar el 14-M.

Ayunos de argumentos legales, humanitarios e inteligentes para justificar la suelta de De Juana, los dirigentes socialistas han terminado por recordarles abiertamente los términos de aquel contrato a sus electores. Aquel en que ofrecían no provocar a los terroristas, no darles motivos, ser flexibles, dialogantes, comprensivos e indulgentes. La antítesis de Aznar. Pues así se presentaron, aunque digan ahora que el temible era pura manteca. Y es natural que les refresquen la memoria: para esto nos votasteis. Como es natural su malestar. Han mantenido hacia ETA la actitud que tan bien funcionó electoralmente cuando los españoles se encontraron ante lo que vieron como un atentado islamista causado por el apoyo a la guerra de Irak, ¡y resulta que ahora no cuela! Hete ahí el origen de los males, mayores, menores y medianos, que avizora Rubalcaba.

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