No vale la pena molestarse en desmentir los balbuceos (ni a propaganda llegan) de la desconcertada prensa gubernamental, del secuestrado cadáver andante que ocupará el ejecutivo un año más, del partido llamado socialista, cuya base se ha quebrado por donde más duele: los valores y la dignidad. No hay que dedicar ni un minuto a sus reacciones. Algo han de decir.
Lo vivido el sábado 10 de marzo de 2007 en Madrid tiene una enorme trascendencia. El círculo virtuoso ha empezado a abrirse con el despertar de una conciencia dormida. En primer lugar, la conciencia de nuestra patria, indisociable de los ideales que alumbraron en Cádiz una nación de individuos libres. Patria dulce y amarga cuyas aristas han sido sobradamente glosadas durante un siglo largo. También su dulzura y su bendición merecen ser apreciadas cuando asoman, cuando nos confortan en ciertos momentos. El sábado pasado, sin ir más lejos.
Los traidores y los falsificadores de la historia, empeñados en mantener a la patria anestesiada para poder seguir negándola, son, en realidad, afortunados. Tienen la suerte de que ni uno solo de sus pronósticos ante la reafirmación de la nación española estén justificados. El mar de banderas y la emoción del himno, compartida por millones de ciudadanos, carecen de connotaciones excluyentes. Sólo traslucen significados liberadores. Se trata de una fuerza integradora, racional y democrática que desafía al oscurantismo premoderno y esencialista de los nacionalismos periféricos, consagrados a eliminar toda diversidad en los territorios que administran.
En segundo lugar, el círculo virtuoso dinamiza al partido liberal-conservador, el único al que, dadas las circunstancias, puede votar la no-izquierda. El Partido Popular ha derrochado prudencia mientras se le acusaba de extremismo derechista y de activismo contra las instituciones. Las calles se han desbordado atendiendo a su llamada una vez que los dirigentes populares han podido comprobar, gracias a las providenciales movilizaciones de las víctimas, que ninguna prevención ante los suyos estaba justificada. La España a la que se quiere expulsar del sistema ha enviado por sí y a través de Rajoy un mensaje que nadie podrá olvidar. Y mucho menos en la calle Génova.
El mensaje es claro: los liberales y conservadores españoles no tenemos nada de qué avergonzarnos; en la trampa de la memoria histórica no nos reconocemos herederos de nadie; la aplastante superioridad mediática de la progresía no ha logrado torcer nuestras convicciones; nuestros valores, que se resumen en la libertad y España, están intactos. Empieza el futuro.