Sin nada que ganar para sí y mucho que perder, con gravísimas y detalladas acusaciones a agentes policiales identificándolos con nombres y apellidos, y con un testimonio tan coherente como escalofriante, el testigo protegido 11304, apodado "Cartagena", ha dado un brutal y espeluznante vuelco al juicio y a la investigación del 11-M.
El que fuera confidente de la Policía e informante de algunos de los supuestos responsables de la masacre, ha empezado su comparecencia ante el tribunal desmintiendo gran parte de sus anteriores declaraciones judiciales que constan en el sumario. El testigo ha asegurado que los agentes de la Unidad Central de Información Exterior (UCIE), además de marcarle los objetivos que tenía que vigilar, también le dictaban lo que tenía que declarar en sus informes, bajo amenaza de enviarle de regreso a su país.
Así mismo, el testigo ha denunciado que, cuando tuvo que declarar ante Garzón en la operación Nova, sus contactos con la UCIE le prohibieron mencionar la relación de los islamistas con ETA; una relación de la que Cartagena ha dado detalles tan concretos como el de la relación en prisión de Mohamed Achraf y Rego Vidal, etarra que, según el testimonio de Cartagena, habría facilitado a los islamistas teléfonos de contacto con la organización terrorista vasca.
Con todo, lo más novedoso de la declaración de Cartagena ha sido su afirmación de que, un año antes de los atentados y cuando ya no colaboraba con la Policía, vio a El Tunecino sentado con agentes de la UCIE en el mismo Vips, cerca de la parada de metro de Colombia, donde él había mantenido sus contactos como confidente.
Si resulta espeluznante que uno de los supuestos organizadores de la masacre que murieron en la explosión de Leganés pudiera haber sido también un confidente policial, más escalofriante resulta aun el relato de Cartagena de cómo el día antes de aquel supuesto suicidio colectivo los agentes de la UCIE se volvieron a poner en contacto con él, lo trasladaron a toda a prisa a Madrid y trataron de que el propio Cartagena fuera a ese piso, horas antes de que se produjera la explosión. Según su relato, al llegar a Madrid en la mañana del 3 de abril de 2004 le hicieron relatar ante un supuesto comisario lo que sabía del grupo de El Tunecino. Cartagena se lo contó a esa persona, no sin dejar de mostrar su extrañeza por que le preguntaran por una información que ya había facilitado a los agentes. Después dijo que oyó cómo este supuesto comisario decía por teléfono a un tercero "como este moro hable, la hemos cagado". Fue entonces cuando le dijeron a Cartagena que el grupo de El Tunecino estaba en un piso de Leganés y le pidieron que fuera a visitarlos con la excusa de ver si había alguien nuevo, además de los que ya conocía. Cartagena ha declarado al tribunal que se olió algo raro con esa petición y que se negó a acudir al piso de Leganés con el coherente argumento de que El Tunecino le preguntaría que cómo sabía que estaban escondidos allí.
No hace falta que expliquemos el gravísimo e histórico vuelco que se produciría en la investigación y el juicio del 11-M si las espeluznantes declaraciones y acusaciones de este testigo contra los agentes policiales resultasen ciertas. Si, desgraciadamente, la historia de nuestra democracia tiene precedentes –algunos muy recientes– de agentes que, con su comportamiento, han deshonrado a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, no menos alarmante resulta reparar también en que Cartagena ha dado su testimonio en condición, no de acusado, sino de testigo. Eso por no recordar que, según la Ley de Enjuiciamiento Criminal, si Cartagena mintió en declaraciones judiciales anteriores, pero se retracta antes de que se dicte sentencia, entonces, no hay delito. Un delito en el que sí que incurriría, y por el que este testigo tendría que pagar, si dijo la verdad en declaraciones anteriores y su escalofriante relato de ayer fuese mentira.