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EDITORIAL

O con las víctimas, o con los terroristas

Aún en ese perverso universo moral que iguala a Iñaki de Juan Chaos y Miguel Ángel Blanco, la libertad concedida a De Juana por el Gobierno no está en ningún punto medio, virtuoso o no. Está, consciente y plenamente, con los verdugos.

Al Gobierno de Aznar lo sometieron a un fuerte chantaje. Prometieron asesinar a un joven concejal de Ermua en dos días si no acercaban los presos etarras al País Vasco. Antes habían secuestrado a Ortega Lara con idéntico objetivo. No cedió ni un milímetro, porque no podía ni debía hacerlo. El funcionario de prisiones, rescatado por la Guardia Civil, pudo decirle a Mayor Oreja que había hecho bien. Miguel Ángel Blanco nunca pudo imitarlo.

Al Gobierno de Zapatero, en cambio, lo han sometido a un chantaje ridículo. Una huelga de hambre de un etarra, de un asesino en serie, de un cómplice que afirma "comer" con los asesinatos de sus compañeros. El peligro, que muriera una alimaña criminal por la que ninguna persona decente derramaría una sola lágrima. El precio, rendir al Estado de Derecho y negarle la Justicia a las víctimas del terrorismo. La rebelión cívica encabezada por la AVT comenzó precisamente por la posibilidad de que De Juana saliera de la cárcel, en aquella manifestación cuyo protagonismo robó el agredido imaginario, y tuvo su último episodio en la concentración del sábado en la que se volvía a exigir que cumpliera íntegramente su pena. Pero el Gobierno no tiene oídos para las víctimas, sólo para los terroristas.

Rubalcaba se ha escondido tras "razones humanitarias", por la posibilidad de que De Juana Chaos muriera por su huelga en las próximas semanas. Es la misma razón que el diario proetarra empleaba para exigir la excarcelación. Es una curiosa forma de morirse de inanición, esa de andar en la cama y en la ducha retozando con la novia. Y es que las mentiras de Rubalcaba cada vez son menos creíbles. Pero aunque fuera cierto, que es evidente que no lo es, ¿acaso es ese un argumento para dejar en libertad a nadie? La situación del etarra era voluntaria, de modo que, si de verdad fuera esa la razón real para dejarlo libre y no una lamentable excusa, el ministro del Interior estaría dando el mayor de los incentivos a todos los presos de España para hacer lo mismo que el asesino en serie.

Pero ha hecho algo más, ha justificado su decisión en que la preocupación por la vida de De Juana marca la diferencia "entre los terroristas y los que no lo somos". En el momento de soltar a uno de los mayores asesinos que España ha tenido la desgracia de ver nacer, encima ha querido situarse moralmente por encima de quienes exigían que cumpliera íntegramente el año escaso que le quedaba entre rejas. El portavoz del Gobierno de los GAL pretende además darnos lecciones de moral a los españoles. Pero ya nadie le quitará el sambenito de haber sido el liberador de De Juana Chaos, aunque sea una etiqueta injusta. Su responsabilidad ha sido la de obedecer las órdenes de José Luis Rodríguez Zapatero, el único responsable de que el etarra vaya a estar pronto en la calle para amenazar, y quién sabe si volver a matar.

"Quien es misericordioso con los crueles, acaba por ser cruel con los misericordiosos", asegura el Talmud. Durante todo el tiempo que el proceso de rendición ha ocupado los titulares, la progresía bienpensante se ha encargado de señalarnos la senda correcta entre los asesinos y sus víctimas, entre ETA y el PP, entre Otegi y Alcaraz, como si el virtuoso punto medio que predicaba Aristóteles pudiera encontrarse entre el mal y el bien, y no entre dos males igualmente condenables, el exceso y el defecto. Pero aún en ese perverso universo moral que iguala a Iñaki de Juan Chaos y Miguel Ángel Blanco, la libertad concedida a De Juana por el Gobierno no está en ningún punto medio, virtuoso o no. Está, consciente y plenamente, con los verdugos.

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