Menú
Antonio Robles

ETA, mira a las estrellas

En mala hora, un presidente de Gobierno se siente capacitado para perdonarlo. No pondré sus nombres, ni el de uno ni el de otro. Que la inmensidad oscura del tiempo los una en su indignidad.

La noche lo envuelve todo en el desierto de Kalahari. Es tan intensa la oscuridad que la luz de las estrellas parece brotar misteriosamente de la nada. El abismo es sobrecogedor. El que me rodea y el que se esparce sin fin. No es posible abstraerse a su influjo, es imposible sujetar el aliento de la conciencia mientras crea la inmensidad, pensándola.

Dos niñas juegan alrededor de una hoguera. Son frágiles, están indefensas ante esa infinitud negra que nos aplasta.

Dicen los físicos que la luz recorre el espacio a 300.000 kilómetros por segundo. ¿A dónde irá la naturaleza tan deprisa si no puede salir de sus propios límites? Aseguran los astrofísicos que la estrella polar está a 42 años luz, o sea, a una barbaridad de kilómetros del desierto de Kalahari. O lo que es lo mismo, que su luz tarda en llegar a nosotros 42 años. Un ratito nada más si lo comparamos con lo que tardan otras estrellas y galaxias mucho más alejadas de nosotros; algunas a más de 20.000 millones de años luz. ¿Es posible que la noche que ahora contemplo sea el pasado de un universo que yo no pude contemplar por la enorme distancia que me separaba de él?

Los sabios del siglo XX aventuraron que el espacio y el tiempo nacieron de una gran explosión hará unos 20.000 millones de años luz. No de la nada, sino de un punto de dimensiones reducidas pero indeterminadas que no pudo soportar la densidad de su masa. Desde entonces no ha dejado de expandirse y de recrearse en materia y energía. 6.0000 millones de años luz después aparecieron las primeras estrellas y galaxias. Todo aún era silencio y oscuridad porque nadie podía percibirlas. Después se formó la tierra, una insignificante mota de materia abandonada en un remoto sistema solar a su vez perdido en los suburbios de miles de millones de estrellas de una galaxia de un universos de miles de millones de galaxias. Abismo, abismo, abismo...

Hará unos cuatro mil millones de años nada más, en esa pequeña mota de materia apareció el milagro de la vida. Nada parecido a lo que ahora es, pero en ella ya palpitaba el aliento de los bosques y de los pájaros. También nosotros, los humanos, uno a uno, cada cual fruto de otros millones de casualidades. Desde entonces, cada uno de los momentos hasta el instante de nuestra concepción hubimos de ganar en el azar los miles de millones de posibilidades imprescindibles para ser. Si consideramos sólo el último instante, un espermatozoide entre millones logró fecundar un óvulo. Ese espermatozoide no hubiera existido si el encuentro amoroso no hubiera sido en ese momento, si nuestros padres no se hubieran conocido, si nuestros abuelos hubieran nacido en continentes distintos...Un mínimo cambio lo hubiera cambiado todo.

Y lo más maravilloso, la conciencia. No sé, ni sabremos nunca los humanos, que descomunal azar hizo posible la conciencia, pero percibimos la conciencia de esa misma vida en la mirada de un mono con suerte que nos hemos empeñado en llamar humano. Por el tortuoso sendero del tiempo aún permanecen perdidas las claves de ese milagro. No importa, es la conciencia de nuestro pensamiento que ha logrado escapar de la materia para pensarla.

Se me hace difícil expresar el valor inmenso, único de cada uno de esos seres humanos que hemos brotado del azar del universo.

Cada uno de nosotros somos un milagro del cosmos, pero aún mas importante, somos hijos de padres maravillosos, amigos de seres con sentimientos hermosos, conocidos o deudores de otros muchos seres humanos. ¡Cuántos desvelos de una madre! ¡Cuántas historias asombrosas! Y sin embargo...

Un mal día, un maldito comando de ETA aniquila la vida de un ser que, como cada una de todas las demás vidas, es irrepetible en el tiempo infinito del universo. Hay que ser necios, muy estúpidos, para no darse cuenta de su crimen.

En mala hora, un presidente de Gobierno se siente capacitado para perdonarlo. No pondré sus nombres, ni el de uno ni el de otro. Que la inmensidad oscura del tiempo los una en su indignidad.

En España

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Libro
    • Curso
    • Escultura