El presidente del Gobierno recibió a las 3 de la madrugada del viernes en Santiago de Compostela el cuerpo de la soldado Idoia Rodríguez Buján. Avergonzado, de noche y a escondidas. Una repatriación de estas características se organiza pensando en los horarios que sean más convenientes para el protocolo, no para el escondite. Lo lógico es que se hubiera realizado una ceremonia castrense solemne para recibir a esta soldado fallecida en acto de servicio en Afganistán. Un acto a plena luz del día, con representación política del Gobierno, del Ejecutivo autonómico, de la oposición y de los altos mandos del Ejército. Hubiera sido el momento adecuado para condecorar a Idoia como se merecía, con todos los honores, sin escatimar ninguno, por haber entregado su vida cumpliendo con su deber.
Pero una ceremonia de este tipo hubiera representado una humillación para Rodríguez Zapatero, una renuncia, siquiera momentánea, a su pose de pacifista trasnochado y caduco, a sus autoproclamadas "ansias infinitas de paz" que no son más que oportunismo electoralista. Zapatero no podía recibir a plena luz del día a Idoia Rodríguez ni podía condecorarla como corresponde porque hubiera sido reconocer públicamente que preside un Gobierno que envía a nuestros militares a la guerra, y eso no lo hará jamás.
Afganistán está en guerra. Los terroristas atacan sin cesar a las tropas de la OTAN allí destacadas, entre ellas las españolas, que no están en la zona para repartir agua y bocadillos. El Ejército español se encuentra en Afganistán cumpliendo con su deber, con una gran profesionalidad, responsabilidad y eficacia. No tienen nada que ocultar, puesto que están cumpliendo con su obligación al nivel que se espera de ellos. El problema está en Zapatero, que se esconde en la noche para recibir a sus muertos, sin honores y sin honor. Como si sufriera un ataque de vergüenza propio de un adolescente en su primera cita, carece de la madurez necesaria para tratar con la cruda realidad de la guerra. En consecuencia, trata a los militares como si fueran una ONG, que es lo único que parece encajar en su mentalidad de progre de tercera división.
Y como si esto no fuera y suficiente, tenemos además al inefable Pepiño Blanco. En el tanatorio de Friol, el pueblo natal de Idoia, a pocos metros de una familia que está velando el cadáver de la hija a la que no volverán a ver con vida, el secretario de Organización del PSOE se dedica a hacer política rastrera y de ínfimo nivel, arremetiendo contra el origen de todos los males, el PP. Qué gran ejemplo de sensibilidad y bonhomía. Aunque, claro, parece que son siempre otros los que "crispan".
Si los socialistas han llegado a considerar que lo de Blanco es un ejemplo de actuación política normal y corriente es que ya han perdido por completo la cabeza.